lunes, 29 de febrero de 2016

Lo escrito: Retirado

Ya antes de acostarse a dormir sabía que sería una mala noche.

Vale, de acuerdo. No lo sabía con seguridad, pero... Había oído al perro del vecino llorar, y siempre significaba que no le dejaría dormir hasta bien entrada la noche.

Pero no fue eso lo que hizo de aquella madrugada un infierno, sino los golpes en la puerta.

«¡¿Quién diantre llama cuando duermo?!»

Con un esfuerzo, salió de debajo de las mantas. No se molestó en encender la luz ni calzarse. No pensaba estar fuera tanto tiempo.

Bajó las escaleras equilibrando el peso para no hacer crujir el quinto escalón, y pisó en el lateral, casi tocando la pared, al llegar al segundo.

Respiró hondo. Dos, tres veces. No podía calmar las pulsaciones a voluntad, como antaño...

«Me hago viejo» se lamentó por enésima vez. Ya era como una costumbre, desde que le habían jubilado a los treinta y dos años.

Retirado del servicio activo, lo habían llamado. Le habían pagado una buena indemnización y con una palmadita en el hombro... se habían olvidado convenientemente de él.

Miró por el rabillo del ojo por el primero de una cadena de espejos enfrentados. Otra manía paranoica, según los psiquiatras que habían pasado por su habitación del hospital.

JA —había exclamado, harto de esos inútiles con traje.

Eso lo decían porque ellos no habían visto a su compañero perder la cabeza —literalmente— al asomar un ojo por la mirilla de la puerta del piso franco.

No, podían decir lo que quisieran de sus paranoias en sus informes, que a él le daba lo mismo vivir en medio de una zona de guerra o en el barrio supuestamente más seguro del planeta. No existía tal cosa. Ni yéndote al aislamiento anónimo de una cueva en medio de la nada, sin salir de ese búnker, podías desaparecer.

Inconscientemente, se frotó su cicatriz más reciente, la de la cadera. Esa que atravesaba la quemadura del abdomen —recuerdo de una emboscada, la primera marca que le dejaron— y el navajazo irregular que atravesaba la nalga y parte de la pierna.

Cada marca era el recordatorio de una lección aprendida por las malas. Y la última, fea, gruesa, áspera y todavía tan dolorosa... Le había enseñado que ni siquiera en medio de la naturaleza más salvaje, ni aunque pasen años de calma, puedes estar seguro. Nunca. Tarde o temprano, alguien te encontrará.

Sacudiendo la cabeza, dejó de vagar por el pasado, preocupado por quién le visitaría a las cuatro de la madrugada. Fuera quien fuese, no podía estar de casualidad en su puerta ni a esa hora.

Volvió a mirar por el espejo, con precaución a pesar de saberse fuera de la línea de tiro. No quería confirmar su identidad al intruso antes de tiempo y...

«¡¿Pero qué...?!» exclamó para sí, alejándose del visor como si se hubiese quemado.

Sorteando las diversas trampas que había regado por toda la guarida, llegó hasta la entrada principal y abrió la puerta de un tirón.

¡TÚ!


~FIN~

viernes, 26 de febrero de 2016

BINGALOTÁCORA: ¿Cuándo se me ocurren las historias?

Una forma infalible de que se te ocurran ideas para escribir es estar encallado escribiendo otra cosa. No falla. En serio, ¡no os riáis!

Siempre que paso por una fase de bloqueo, o poca inspiración, mientras estoy trabajando en algún proyecto —y cuanto más largo sea, más probabilidades—... me saltan a la cabeza ideas, personajes, diálogos o incluso apenas un escenario y la insinuación de lo que ha pasado allí.

En esos casos, y porque sé lo insistente que pueden llegar a ser si se sienten ignoradas las musas, anoto todo lo que se me ocurra en ese momento en un cuaderno aparte. Trato de vaciar la cabeza de todas esas ideas, y dejarlas por escrito para cuando termine lo que estoy haciendo. Muchas veces, las distracciones siguen ahí, no digo que no, pero con la práctica —y bastante tozudez— se consigue terminar la novela de turno antes de centrarse en la nueva idea.

En ocasiones —y no pocas— pasa que la inspiración de aquel momento haya pasado y, cuando te pones a revisar los anotadores... La historia no te dice nada. ¡Que no panda el cúnico! Es un desaire ofendido, pero pasajero. Si la historia de verdad tiene que salir, saldrá. Hay que darle tiempo.

Y si no, bueno, no todas las ideas acaban desarrolladas —así como hay que tener claro que no todas las ideas que se nos ocurren son lo suficientemente buenas como para dedicarles todo ese tiempo y trabajo que demandan—. Si después de darle unas cuántas vueltas, buscándole ángulos y posibilidades, la cosa no parece funcionar... Probablemente lo mejor sea dejarla de lado, ya sea por un tiempo o definitivamente.

Otro momento que suelen elegir las musas para aparecer es cualquiera siempre y cuando no pueda tomar notas. Ya sea porque tenga las manos enjabonadas de lavar los platos, o no tenga papel para apuntar.

O con las manos en la masa, literalmente...
Photo credit: Kyle Strickland via Foter.com / CC BY-NC

O también, justo antes de dormir —o al despertar—, cuando sí tengo papel para tomar notas pero no tiempo. A veces, incluso, durmiendo. Los sueños son una fuente inagotable de ideas, siempre y cuando seamos capaces de filtrar las que valen de las que no. ¡Y podamos leerlo! Sí, sí, todo son risas hasta que te pasa. Una idea genial anotada a toda prisa por la noche... y que después a la mañana no tengas las pautas para descodificar esa maraña de garabatos sin sentido.

¡Y cómo podría olvidarme de la razón por la que empecé a escribir hace ya tantos años! El ahora llamado bloqueo lector. Puede pasar, después de leer muchas —muchísimas— novelas, que por un tiempo indeterminado seas incapaz de encontrar una lectura que te enganche. Falta de ganas, desinterés, empacho temático... Sea cual sea la razón del bloqueo, a veces puede ser fuente de inspiración.

En mi caso, me harté de leer miles de libros y no encontrar el que yo quería leer. Pero tampoco quería pasar más meses en sequía. Por eso, y como pasatiempo, me puse a escribir esa historia que yo querría leer. A día de hoy, ese proyecto sigue inacabado y abandonado, pero para mí significó abrir la caja de Pandora.


Relacionado con el disgusto por la lectura también están aquellos libros que ya sea por la trama floja, los personajes planos o incoherentes, un mal final, poco desarrollo... por el motivo que sea, acabé odiándolos. No siempre, pero algunas veces esa reacción, ese pensar yo lo hubiese hecho de esta otra manera, ¿pero cómo dejó pasar ese hilo narrativo, que daba para mucho más? o no, no fue eso lo que pasó... Me lleva al mismo punto que en el ejemplo anterior: Escribir, como ejercicio, la historia como me hubiese gustado a mí leerla. O bien, partir de una idea que no me haya gustado, y modificarla y desarrollarla hasta tener una historia completamente opuesta.

Como decía Marcos Mundstock —Les Luthiers— en la introducción de Las Majas del Bergantín:

«La zarzuela “Las Majas del Bergantín” narra la historia de los marinos de un navío de la corona española que transporta a un grupo de prisioneras para ser juzgadas en Cádiz, describe la relación de los marinos con las forajidas mientras el bergantín es asediado por el barco del pirata Raúl, a cuya banda pertenecen las prisioneras. Esta zarzuela está basada en la novela “Lejanías”, de Jorge Esteban Pérez Ríos, y la adaptación no fue fácil ya que la novela original trata de un leñador que vivía con su loro en los bosques de Bulgaria. No fue fácil. El único personaje que ha permanecido es el loro

Las ocurrencias de los más chicos, también, son fuente de inspiración. Tienen una forma muy particular de ver el mundo con esa lógica propia, a veces inalcanzable para el ojo adulto... Cuando no son más explícitos al demandar un cuento nuevo.

No, yo quiero el cuento del pulpo —porque le acaban de regalar uno de peluche, por ejemplo. Pues nada, a maquinar rápido una historia, y así es como salen algunos cuentos para conservar.

Mirar a nuestro alrededor, leer noticias, oír conversaciones en el tren... Todo vale. La inspiración está ahí, esperando a que la descubramos. Y si no hay manera, porque se acabaron las ideas anotadas en el libro de las ideas, las musas no cooperan, y ya no sabemos de dónde tirar inspiración... Siempre podemos recurrir a los generadores automáticos, como por ejemplo Future is Fiction o a los retos literarios de diferentes blogs, como por ejemplo Plot a Twist!, en el que estoy participando, o el reto 52 retos de escritura, del blog El Libro de Escritor. Una frase, una idea, que nos inspire para escribir.

Hay muchas formas de pescar ideas, casi tantas como autores. ¿Cuál es la que mejor funciona para vosotros? Comentad sin miedo, que no muerdo.

miércoles, 24 de febrero de 2016

Reseña: Doce maneras de enamorarse

TÍTULO: Doce maneras de enamorarse
AUTORA: Lucía Herrero
LONGITUD DE IMPRESIÓN: 166 páginas
DÓNDE COMPRARLO: Amazon (¡Y a 1€ el digital! ¡Regalado!)
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SINOPSIS:

«Este libro incluye una colección de relatos románticos y eróticos independientes entre sí. Historias que muestran que en cualquier momento, en el lugar más inesperado y en la persona menos pensada, se puede encontrar el amor, o al menos la posibilidad de que surja.

Incluye los siguientes títulos:
1. NOCHE DE REYES
2. TORMENTA DE FEBRERO
3. DÍA DE BODA
4. DORMIR CON EL ENEMIGO
5. EL HOMBRE MÁS GUAPO DEL MUNDO
6. FIESTA DE FIN DE CURSO
7. EL ALUMNO AVENTAJADO
8. LOCURAS DE VERANO
9. MI HÉROE
10. UN SUEÑO DE HOMBRE
11. EL CAZADOR CAZADO
12. SIEMPRE TÚ»


RESEÑA:

En este libro nos encontramos con una colección de doce relatos, uno por cada mes del año. Narraciones cortas que insinúan las historias que seguirán desarrollándose, pero para las que el lector no tiene permitido el acceso. Todo puede pasar.

En Noche de Reyes somos testigos del reencuentro de Darío y Esther, que vuelve de pasar tres años de estudio y trabajo lejos del pueblo, durante la cabalgata de Reyes. Dos conocidos de la infancia y... cosas pendientes por resolver.

Tormenta de febrero nos presenta a Mara, una joven con un día de esos que describen a la perfección el dicho sobre llovido, mojado. Por suerte, el nuevo vecino le ofrece ayuda y...

En Día de boda, Alicia y Oliver llegaron a la recepción esperando pasar el momento como mejor pudiesen, siendo la mejor amiga de la novia y el primo del novio y además solteros. A pesar de la encerrona... Alicia descubre que no son tan incompatibles, con diferencia de edad o sin ella.

Dormir con el enemigo nos presenta a Lara y la antipatía que siente por su compañero de trabajo más reciente, Jorge. Parece que desde que llegó a la empresa se esfuerza por superarla quedándose con las mejores cuentas, aunque... quizá no es lo que parece.

María tiene algo así como una cita a ciegas, aunque ya conoce a su cita... por la voz. David la acompañó durante los casi dos meses que estuvo en el hospital después de haber sido atropellada. Debido a las heridas, llevó durante todo ese tiempo el rostro vendado, por lo que no pudo saber antes de su cita que él es... El hombre más guapo del mundo.

En la Fiesta de fin de curso, Alex se ofrece para cuidar a Leire —la mejor amiga de Olena, su hija—. Cuando Carol llega a buscar a su hija, Alex la convence de dejar dormir a las niñas y cenar tranquilos. Hasta dónde lleguen después, depende de ellos.

Marcos siempre ha sido El alumno aventajado. Pareciera que por ser el «hijo de» siempre le traten mejor que a los demás estudiantes, algo que Sonia desprecia. Pero cuando tiene que hacer unas prácticas en el hotel propiedad del padre de Marcos, comprende que no por ser su hijo, precisamente, lo ha tenido todo regalado.

En Locuras de verano conocemos a Oscar y Eli, dos jóvenes que hasta el momento vivían en Barcelona, Eli, y en Madrid, Oscar; por lo que la relación entre ellos era «de temporada». Además, a Oscar no le interesaba una relación seria... o eso pensaba Eli.

Mi héroe nos presenta a Celia, camarera de un bar que fue atracado la noche anterior a comenzar el relato, y a Raúl, el policía que llegó a tiempo de evitarlo. Preocupado, pasa a buscarla a la hora del cierre...

Tania vive con Tamara y su primo segundo, Mauro. Y aunque al principio ella fuera reacia a compartir piso con un hombre, pronto comprendió que era Un sueño de hombre. Y aunque no sea consciente de ello, sonámbula lo busca.

Santi es el fotógrafo de modas más codiciado por las damas, y Laura le rechaza constantemente, convencida de que es un donjuán. En determinado momento, decide que no va a seguir escapando, sino que pasará al ataque, y Santi se convierte en El cazador cazado.

En Siempre tú vemos a Manu, el chico malo del barrio y rompecorazones, aquel por el que suspiraban todas las chicas. Entre ellas, Ariadna y sus amigas, aunque en ese momento le vieran como un inalcanzable. Ahora que está en la trentena, las cosas son diferentes. Mucho.

Al empezar a leer este libro, lo admito, iba con reservas. Era la primera vez que me metía con unos textos tan cortos. ¿Era suficiente con un par de páginas para contar todo lo necesario para que la historia fuese lo bastante completa? Y siendo descritos como «románticos y eróticos», ¿realmente estaban escritas con erotismo —que no pornografía, una acumulación de escenas tipo que vende mucho ahora— y buen gusto? La respuesta para ambas preguntas es sí.

Por un lado, los doce relatos están escritos con un estilo muy ágil —se leen en medio suspiro—, pero su brevedad no perjudica a las historias. Nos pone en situación sobre el pasado de los personajes con un par de párrafos, si es relevante, y de lleno al conflicto. Me sorprendió, muy gratamente, porque no esperaba que se pudieran condensar textos tan cortos sin perder la fuerza propia.

Y por otro lado, la autora no nos engaña al describirlos como «una colección de relatos eróticos y románticos». Nos presenta las diferentes caras del romanticismo, desde la más inocente y juvenil, hasta la más madura, que muestran viudos, divorciados, matrimonios... Utiliza, además, el erotismo por definición: La sugerencia, la insinuación, la delicadeza... Juega mucho con las emociones y la anticipación, siempre con buen gusto.

Sobre los protagonistas, los veinticuatro, puedo decir que me parecieron todos auténticos, muy reales. Y muy variados, también. Los hay con personalidades para todos los gustos, muy bien definidas en apenas unas páginas.

Me gustó mucho, también, la portada. Sencilla, pero directa. Pero a pesar de haberme encantado el libro, tengo dos «pegas», por decirlo de alguna manera.

Por un lado, que no tenga separación por capítulos —relatos, en realidad—. Si bien desde el índice se puede acceder a cada uno de los relatos, al ir saltando de uno a otro buscando detalles concretos para escribir la reseña, el tener que volver al inicio, buscar la página del índice, y entonces sí acceder al relato siguiente... No es que no se puedan encontrar sin marcadores, pero creo que ser relatos independientes es una razón de más para facilitar el moverse por el libro.

Y por el otro, que no parezca decidirse entre poner o no tildes a ciertos nombres. En concreto a Alex/Álex, de «Fiesta de fin de curso» y Oscar/Óscar, de «Locuras de verano». No sé si se trata de una mala jugada del autocorrector o si empezaron teniendo tilde pero la perdieron en el camino. De cualquiera de las maneras, me parece un detalle que se le pasó por alto.


NOTA FINAL: Muy buena. La recomiendo para cualquier momento, ya sea leerlos todos de una sentada o ir de a un relato por vez. (8/10)

lunes, 22 de febrero de 2016

Reto Plot a Twist! 2: Viajeros

Segundo relato del reto Plot a Twist!, del blog Eleazar Writes. Para el mes de febrero, me quedé con la frase consigna: «Te despiertas gritando en medio de la noche.»


VIAJEROS

¡AAAAAAAHHHHHHHH!

¡IVANA, PARA! —oí gritar a Sioban, sacudiéndome por los hombros—. Sólo es una pesadilla.

Todavía le costó un par de minutos conseguir que dejase de gritar. Yo no era consciente de nada... No, no era eso... Yo era consciente, pero no era capaz de controlar mi propio cuerpo.

Las piernas, Ivana, desbloquea las piernas. Céntrate en una.

«No puedo» quise gritarle. Pero claro, no podía. Seguía estando atrapada fuera de mi cuerpo.

¿Los dedos? ¿Un pulgar? —insistió, cada vez con menos esperanza.

Sioban suspiró, frustrada, y me volvió a dejar la cabeza con cuidado sobre la almohada.

Ni siquiera estás ahí dentro, ¿eh? —me preguntó entonces, mirando fijamente mis ojos vacíos.

Maldije mentalmente a todo el mundo. ¿Por qué tenía que tener el gen alterado? Ese que daba propensión a los viajes astrales involuntarios. Era culpa de ese maldito gen que los del laboratorio del gobierno nos hubiesen contactado.

Por el bien del país. Por el sentimiento patriótico. Por la guerra en la que está inmerso el mundo...

«¡Por el dinero y el poder de los...!»

Era lo único que les interesaba, en realidad. Poder acceder a la mayor cantidad posible de «viajeros», como ellos nos habían apodado, para poder experimentar con nosotros, explotándonos. Lo que buscaban era poder entrenarnos para usarnos como espías de reconocimiento. ¿Qué mejor que fantasmas, seres etéreos, invisibles, para adentrarse en filas enemigas y descubrir sus planes?

Pero lo que no nos dijeron al firmar el consentimiento para entrar en el programa era que no esperaban tener éxito antes de haber matado a aproximadamente la mitad de los especímenes. Viajes demasiado largos para la fuerza de unión vital... que acababan con los cuerpos vacíos y seres perdidos en el camino. Por resumir, lo llamaban «muerte cerebral».

Muchos otros habían sufrido un destino peor que la muerte: Conseguir volver al cuerpo, pero quedar desconectados de la capacidad motriz. Estaban, veían, oían, sentían... Su cerebro trabajaba como si nunca hubiesen salido de su cuerpo. Solo que eran incapaces de mover nada por sí mismos. Estaban atados a una jaula corporal, dependiendo de un respirador artificial, comida por sonda, catéter... No podía imaginar un destino peor que ese.

«Ni siquiera el mío.»

Por mucho que me doliese ver la desesperación de Sioban, su culpa por haberme convencido de entrar en el programa, por mucho que me hubiesen arruinado la vida... Al menos yo tenía una posibilidad de comunicación... y una esperanza.

Sabía que vendrías... —oí de pronto.

Cierto. Había pensado en él y, con efecto instantáneo, me había inmaterializado —porque yo realmente no tenía materia ni nada que «materializar». Por no tener, en este estado no teníamos ni imagen. Eso era taaan físico— en el centro del laboratorio. Se trataba de una lección básica y, desde que era incapaz de entrar en mi cuerpo, la única forma que tenía de desplazarme.

«¿Cómo vas, Gus?» le pregunté, agradecida por las ondas mentales que me envió nada más sentirme en la habitación.

Carecía de cuerpo y, por tanto, de la forma de percibir la realidad con los sentidos como intermediarios. Gus acababa de enviarme las ondas cerebrales idénticas a las enviadas por el cuerpo al ser abrazado por un ser querido. Supuse que mis ojos, allí en casa de Sioban, estarían llorando, emocionados.

He recibido una llamada de tu hermana —me respondió, y yo percibí el tono de «me encogería de hombros si estuviese en mi cuerpo»—. ¿Estás peor últimamente? ¿Sientes alguna variación?

«Me siento muy... atrapada. Inservible. Sin vida. Y eso me deprime.»

Habitualmente no gritas. Y no creas que no sé distinguir tus tonos —me regañó él, con un arqueo de ceja metafórico.

«Lo siento» pensé.

Es la primera vez que usas las cuerdas vocales desde que quedaste bloqueada. Es un avance, cariño —me hizo notar.

Eso me encantaba de él. Veía lo positivo en todo. Y lo mejor era que yo sabía que si había alguien capaz de hacernos volver a nuestros cuerpos —porque había miles en mi situación repartidos por el mundo—, era él.

¿Cuál fue el disparador? ¿En qué pensabas? ¿Qué sentías? ¿Fue soñando? ¿Estabas inconsciente? Es un punto que tenemos que profundizar, una pista muy importante. ¡Imagina cuando descubramos cómo hacerlo consciente! ¡Poder comunicarte sin necesidad de venir a mí como intérprete! ¡Quizá incluso volver a tu cuerpo!

Me contagió su entusiasmo con facilidad. Quizá demasiada. En los últimos cinco años, se había convertido en todo mi mundo, y no porque fuera el único ser con el que tenía la oportunidad de relacionarme. Él... me entendía. Me conocía mejor que yo misma y aun así me quería.

Pues claro que te quiero, boba —respondió a mi pensamiento involuntario, y sentí el equivalente a una caricia en las mejillas—. Tú me haces ser mejor. Mejor persona, mejor investigador, mejor marido...

«¿De verdad?» me sorprendí.

Temía que su mujer me odiase, o que me sintiera como una interferencia y le hiciera dejarme en manos de otro intérprete.

Ya te lo dije, cariño: Ella está encantada con nuestra relación.

Sí, claro. ¿Y qué más?

Dice que eres la hermana que nunca tuve, y que me das ese aporte femenino que de otra manera no tendría. Un toque de psicóloga y dos de sensatez. Cuando me conoció hace cuatro años, ya sabía que tú venías incluida en la ecuación, así como mi manía de quitarme los zapatos al entrar en casa o mi nula memoria para recordar las fechas importantes. —Hizo una pausa, pensativo, y luego me preguntó—. ¿Es eso en lo que estabas pensando al gritar?

Como dije, me conoce mejor que nadie.

«Estaba dormida. Pero sí, temo el día en que te pierda. Cuando tengas suficiente de esto, cuando te quemes o llegues a un callejón sin salida en la investigación. Cuando Luy te haga escoger entre ella y yo. Cuando no seas capaz de «viajar» más. O que te pase lo que a mí y me odies por ello... Temo que te pierdas durante un viaje.»

O peor. Que vuelvas y no puedas moverte.

Eso no lo dije, pero ambos fuimos conscientes de las palabras flotando en el silencio.

No seas boba. Sabes que entré en el programa porque mi curiosidad innata no me permite hacer nada más que llegar al fondo de las cosas. Tengo un pie en cada lado de la investigación, y ya lo tenía antes de conocerte.

«¿Mensaje de Luy?» le pregunté entonces, al oír el pitido de una máquina.

No, es de tu hermana: «Tom, Ivana lleva llorando un buen rato y...» —Se interrumpió, esperando a que llegase el siguiente mensaje—. «Y acaba de fruncir la nariz. No sé si puede ser algo...». ¿Te das cuenta de lo que significa? ¡Por supuesto que te das cuenta! —se respondió sin darme tiempo a decir nada—. Estamos cerca de algo, lo sé.

«Sí, estupendo. Podré decirle a Sioban que me pica la nariz» gruñí con suficiente sarcasmo.

Aunque no consiguieras más movilidad, podrías aprender código morse. Y te perdono que estés siendo sarcástica porque sé que te asusta tener esperanzas vacías. Pero te lo prometo, cielo, no te voy a perder. Voy a traerte a ti, y a todos los demás, de regreso.

Era cierto, no quería dejarme llevar y luego tener que soportar la desilusión. Otra vez. Muchos de los que nos habíamos quedado «atrapados fuera» no habían podido soportarlo y se habían suicidado. Bastaba con alejarse lo suficiente del recipiente corporal, debilitar al máximo la conexión y entonces desaparecer. Muerte cerebral autoinducida.

Sabía que él se culpaba por cada uno de ellos, por no haberles podido ayudar a tiempo. Por haber sido parte del programa que los había llevado hasta ese extremo.

«No seré una de ellos, Gus. Sabes que te quiero demasiado como para planteármelo siquiera. Jamás te haría daño de ese modo» le confesé.

¿Me lo prometes?

«Si quieres que me escupa la mano para un juramento de saliva, tendrás que esperar sentado. De momento, sólo muevo la nariz» bromeé.

Se había puesto demasiado «oscuro». Y él era el que siempre me mantenía a mí lejos de la oscuridad. Aceptando mi broma, Gus me envió la impresión de un abrazo, de esos que llegan al alma y van extendiendo su calidez de dentro hacia fuera.

Una alarma empezó a sonar en la habitación contigua, y Luy entró al laboratorio con los brazos cargados de papeles. Seguramente, las gráficas en que las decenas de máquinas a las que se enchufaba él antes de viajar traducían todas y cada una de las señales que emitía durante los «viajes». Para mí eran dibujos y líneas incomprensibles, pero ellos dos sabían sacar en claro detalles de utilidad.

Tom, ya es la hora. Tienes que volver a conectar —gritó, y empezó a cerrar la puerta, pero se detuvo, abriéndola otra vez para añadir—. Saluda a Ivy de mi parte.

Puedo oírte...

«¿Crees que ella lo sabe?» le pregunté en cuanto se fueron.

No creo que sea consciente de lo que pasa, todavía no. Ninguna de las dos.

Su pensamiento tembló con pavor, y comprendí que él tampoco lo sabía hasta ese momento. Le envié un apretón de hombro.

«Tienes que volver, Gus. Yo me quedaré con ella hasta que vuelva.»

No dejes que se separe de...

«No lo hará. Todos habremos hecho nuestros paseos antes de nacer, seguro —le recordé—. Además, no tengo prisa por volver a casa de Sioban. Puede ser desesperante a veces. Y la mitad del tiempo no está en casa.»

No le había convencido, pero ambos sabíamos que retrasar más su regreso al plano físico podía ser peligroso. Y con un soplo de gratitud hacia mí... regresó.

Poco tiempo después oí el llanto emocionado de Luy, y a Gus riéndose y llorando a la vez. Era un momento demasiado íntimo y, como la pequeña había vuelto ya a su cuerpo, regresé a casa de mi hermana. Tenía todo el tiempo del mundo, y si había podido gritar...

~~~

¡No puede usar eso aquí! —me espeta la enfermera, y sé que mi mujer está frunciendo el ceño, atenta a lo que yo vaya a decir, sin apartar la vista del pequeño milagro que no para de mamar con hambre.

Tengo que responder. Si me está llamando es que ha pasado algo. Sioban sabe que estamos aquí... —explico al tiempo que abro la puerta para salir disparado de la habitación.

Últimamente, sus visitas se habían ido espaciando. Muy poco a poco al principio, y algo más evidente con el paso de los meses. Ella siempre dice que está bien, y que no quiere quitarme más tiempo del necesario ahora que Luy y la pequeña me necesitan.

Y si bien lo agradecí en su momento, no puedo quitarme de encima esa inquietud, esa sensación de que la perderé, que un día se alejará de más y desaparecerá, convencida, seguramente, de que ahora que tengo a mi hija ya no tiene que preocuparse por mí.

Durante todo el embarazo estuve esperando esta llamada. Una de tal urgencia que no pudiera esperar. Con dedos temblorosos y el corazón golpeando desbocado en mi pecho presiono el botón de responder la llamada, esperando oír el llanto de Sioban al decirme que su hermana ha muerto. Durante un par de segundos no se oye nada del otro lado de la línea.

¿Qué ha pasado? —pregunto aterrado.

«Por favor, no. Por favor, espérame...» ruego en silencio a quien sea que pudiese detenerla.

Y cuando creo que no habrá respuesta, oigo esa voz:

G... u... s...


~FIN~

domingo, 21 de febrero de 2016

RETO PLOT A TWIST! 1: El Hombre del Tiempo

En primer lugar, quiero disculparme por haber traído la entrada del día lunes pasado con retraso. Sé que no queda demasiado bien empezar un proyecto como el blog y retrasarme en las entregas a la segunda semana, pero tengo excusa —por esta vez, palabra...—, y es que descubrí el reto creado por Eleazar, donde hay que elegir cada mes una de las tres opciones pautadas —una imagen, una frase y una canción— y escribir un relato partiendo de esa idea.

Me entusiasmé tanto desarrollando la mini-historia que se me fue de la cabeza el día de publicación. De todas formas, ahora sí, me pongo al día.

La consigna que elegí de las opciones del mes de enero es: «Tu personaje es alcanzado por un rayo, ¿qué le ocurre a partir de ahora?»




EL HOMBRE DEL TIEMPO

Al ver formarse de la nada la tormenta, X —obviamente no es ese su nombre, pero me da la impresión de que quiere permanecer en el anonimato, y quién soy yo para forzar su exposición— había tragado saliva, mirando los nubarrones como todo el mundo. Nada raro, hasta hacía dos minutos el cielo había permanecido despejado y con pájaros cantando y danzando en el aire sus cortejos.

Alguien masculló algo sobre el cambio climático, y sobre que el capitalismo era el culpable. Otro le dio la razón, y un tercero se mostró escéptico en cuanto a que los cambios no hubiesen pasado de todas maneras en caso de no depender del hacer o no dinero. La discusión seguía, pero X no les prestó más atención: La gente del pueblo siempre estaba con los mismos temas de conversación. Y nunca parecían llegar a ninguna parte.

En cambio, X siguió descargando los cajones de achicorias de su camioneta, con cuidado de no dañar la mercancía, claro, pero con un ojo en las nubes y la tormenta que se estaba gestando. Truenos y relámpagos, cada vez más cercanos, advertían de la inminencia del diluvio.

«Será mejor que te apures» se apremió, duplicando la velocidad de descarga.

La lona que cubría la caja de su furgón se había desgarrado semanas atrás, y aunque le había hecho un apaño con ayuda de su hermano, eh... Vamos a llamarlo Y, sabía juzgar —como todos los trabajadores del campo, por la cuenta que les traía— la fuerza del temporal antes de que descargue, y el arreglo no aguantaría más que cinco minutos. Pasado ese tiempo, la capota cedería y le arruinaría el encargo. Tal como estaban las cosas, no podía permitirse perder una cosecha entera.

Por favor, todavía no —suspiró, más por desesperación que por creer realmente en que algo o alguien pudiese modificar a voluntad el clima.

No lloverá —oyó de pronto la voz de un hombre algo mayor que él.

Demasiado ocupado con las cajas por descargar, X no se dio la vuelta para responder:

Descargará. ¿No ha visto la forma de las nubes? ¿Y el color? Es inevitable. El mundo se vendrá abajo en menos de lo que tarde yo en descargar, maldito sea.

Casi pudo percibir la sonrisa en sus siguientes palabras:

Yo digo que no. ¿Quieres apostar algo? —se burló, pero X no llegó a responder.

¿Qué cree que está haciendo? —le espetó, negándose a tutearle, ofendido al verle aferrar con seguridad un cajón del camión.

Yo sé que no lloverá, no por el momento. Pero a ti parece preocuparte mucho la entrega. Así que te echaré una mano. Vamos, ¿a qué esperas? —agregó al verle pasmado.

Todavía sin tenerlas todas consigo, X observó con ojo crítico cómo trataba la mercancía. Tuvo que reconocer que lo hacía con más cuidado que Y, y eso ya era un decir.

Está bien, Hombre del Tiempo, vaciemos el camión —aceptó finalmente, aunque no sin una última advertencia—. Pero como golpees una sola de las hojas, me encargaré de hacer compota sin manzanas.

El otro se rió.

Ya, no sé dónde habré oído eso antes.

No terminaba de gustarle, pero no podía negar que trabajaba con eficiencia y cuidado. En media hora habían terminado. Mucho más rápido de lo que esperaba, incluso trabajando en equipo.

Bien, ya estamos. Que vaya bien —le saludó el hombre, dándose la vuelta con una sonrisa.

¡Hey! ¿Dónde vas tan pronto? —le llamó X, tuteándole sin darse cuenta—. No ha caído, deja que te invite a un café, al menos. ¡He perdido la apuesta! —agregó a voz en grito, viendo que el otro no se detenía.

Hombre del Tiempo se rió entre dientes, y alzó la mano par despedirse aún de espaldas.

Meneando la cabeza, X entró en la tienda a buscar a Z. Ya sería problema de ella conseguir que sus peones entrasen la mercadería en buen estado.

«Hoy cenaremos de lujo» pensó, silbando, al salir de la tienda y cruzando la calle para encargar la pizza favorita de Y.

Sintiendo gotas golpear contra su desgastada gorra, sonrió al pensar en lo que le diría si volviesen a encontrarse. Era prácticamente imposible, lo sabía, porque él venía al pueblo sólo para las entregas, y el tipo tenía toda la pinta de estar de paso. Era un espécimen de ciudad, desde el pelo perfectamente arreglado, la ropa —él no tenía idea de marcas, pero sí sabía que eran tejidos demasiado delicados como para ir de visita al campo. Caro.

Los ademanes, por otra parte, eran demasiado delicados para alguien de vida desenfrenada —como suponía que tenía todo el mundo en las grandes ciudades—. Quizá por eso era que no pudo olvidarle tan pronto como desapareció de su vista.

Y quizá fuese por eso mismo que al acercarse al puente de la salida de pueblo le distinguió perfectamente al otro lado. Apenas había alzado la mano para golpear el volante y hacerlo berrear cuando del espanto clavó el pie en el pedal del freno.

¡Dioses! ¡Le ha matado! —gritó, desesperado, buscando a tientas la maneta de la puerta para salir corriendo a socorrerle.

Era imposible que hubiera sobrevivido al golpe de un rayo tan potente. ¿Y por qué no había caído en el pararrayos del campanario de la iglesia del pueblo? ¿Acaso había que repararlo?

Ya se encargaría de enviar a Y para que hablase con el alcalde. A él, el trato con la gente no hacía más que incomodarle. Toleraba bien la presencia de su hermano, cierto, pero porque ya estaba acostumbrado a sus bromas sobre lo «bicho raro» que podía llegar a ser, pero era la excepción. Su madre solía decir que tenía mano para las plantas, los animales, los bebés... En definitiva, para los seres con los cuales la conversación no fuese necesaria para comunicarse. Por eso no salía de sus tierras a menos que fuese estrictamente necesario.

«Y sin embargo no te molestó bromear con él» le susurró su mente, pero X la ignoró, demasiado asustado.

Al llegar junto a Hombre del Tiempo, no pudo sorprenderse más. ¡El cadáver se movía!

Y no sólo se movía. Se había sentado, el muy burro, y estaba sacudiendo los brazos, como si quisiera desprenderse de los restos del calambre recibido.

¡Para! ¡¿Estás loco?! —le gritó, todavía sin entender nada—. ¡Hay que llevarte al hospital de la comarca! ¡Podrías tener daños internos!

Pero el tío de ciudad no le estaba escuchando. Se palmeó un par de veces las piernas como queriendo asegurarse de que las sintiera, antes de aferrarse a sus brazos y usarle de palanca para ponerse en pie. Tardó unos minutos en asegurar el equilibrio y soltarle, y X se compadeció del pobre tipo. El rayo le había dejado desorientado, evidentemente, porque estaba contrariado, con el ceño fruncido.

¡Malditos sean! ¡Él y todos sus malditos rayos!

Calma, amigo... Vamos al hospital a que te hagan un par de estudios. No te preocupes, todo estará bien. Te ha dado un rayo, pero todo irá bien. No estás muerto, que ya es mucho más de lo que podría esperar cualquiera...

Ya está, no hace falta ningún hospital —refunfuñó el hombre, y por un momento, hasta pareció que de verdad estaba bien. Hasta que volvió a abrir la boca—. ¡Ya es la maldita tercera vez en lo que va de mes!

¿La tercera vez? —repitió incrédulo X, y Hombre del Tiempo le devolvió la mirada por un momento como si pensase que era sordo, o estúpido.

Sí. La maldita tercera vez. ¿Te lo puedes creer?

¿Acaso eres uno de esos que llaman «pararrayos naturales»? ¿Un campo electromagnético andante?

Ni siquiera es culpa mía, ¿sabes? Yo no tenía ni idea de quién era ella o qué pretendía...

¿De qué estás hablando?

Hazme caso: Cuando se te acerque una loca en un bar, por lo que más quieras, ¡huye! Nunca sabrás hasta que sea demasiado tarde si es la maldita amante del dios del rayo.

«Como un cencerro...» se lamentó X para sí, viendo al loco echar la cabeza atrás abriendo los brazos y gritar a pleno pulmón:

¡YA DIJE QUE LO SENTÍA! ¡NO FUE CULPA MÍA QUE ELLA SE PUSIERA EN RIDÍCULO NI QUE MIS AMIGOS SE RIERAN! ¡¿HASTA CUÁNDO VAS A SEGUIR FRIÉNDOME A DESCARGAS?! ¡SABES QUE NO PUEDES MATARME! ¡NO TIENES RAZÓN QUE LO JUSTIFIQUE!

X iba a abrir la boca para pedirle que se calmara y le acompañase al hospital voluntariamente, cuando la siguiente andanada de relámpagos y truenos le hicieron preguntarse si el loco no sería él.

NO TENÍAS DERECHO.

Ella era lo suficientemente mayor como para saber lo que hacía. Y yo tenía el derecho a negarme a seguir viéndola. Me he disculpado por el posible malentendido: Ella se lanzó como una jugadora consumada y luego quería que siguiéramos una relación seria y comprometida. No se pueden cambiar las normas a antojo, a menos que las partes implicadas estén de acuerdo. Y yo no lo estaba. Si te soy sincero, desearía no haberle seguido la corriente nunca. Sólo me trajo problemas. ¡Toda tuya! Llevas seis meses friéndome a la mínima oportunidad, ¿cuánto más necesitas para quedar satisfecho? Has conseguido que me echen de casa, ¿no es suficiente pasar un día tras otro rodeado de humanos?

Un nuevo rayo cayó, esa vez a los pies de Hombre del Tiempo, que permaneció firme y sin inmutarse.

«Al contrario que yo» pensó X, que había soltado un involuntario chillido y dado un salto hacia atrás. Claro que, viendo el boquete provocado por el rayo y comparándolo con el primero, el poder empleado había sido mucho menor.

Bien. Me alegro de que nos hayamos entendido —dijo entonces Hombre del Tiempo, bajando los brazos y girándose a mirar a X, como si nada hubiese pasado—. Oye, ¿estás bien?

¿Que si estaba bien? ¿Acababa de preguntarle si estaba bien?

Has perdido la apuesta —dijo, en cambio, con un tono de voz tan calmo que se sorprendió a sí mismo.

Hombre del Tiempo rió a carcajadas, con esa risa profunda que nace vibrante del estómago, y le dio una palmada en el hombro.

¿Sabes qué? Tienes razón —respondió, aún sonriendo—. Vamos, te invito a tomar algo.

¿Estás seguro? —le preguntó X, sin saber de dónde salió la pregunta—. La última vez no acabó muy bien, ¿no?

Cuando el hombre enarcó una ceja, X señaló el cielo, ya prácticamente despejado. Hombre del Tiempo suspiró, miró a lo lejos y luego de nuevo a X, entrecerrando los ojos.

No tendrás familiares ni amantes peligrosos, ¿verdad?

X sintió su piel arder con bochorno ante la insinuación. ¿Qué...?

«Ni te lo plantees» se recordó.

Mi hermano es terrible conduciendo tractores... —susurró X, bromeando como si fuera lo más normal encontrarse a uno de los quichicientos dioses menores en carne y hueso, siendo testigo de una pelea de celos y honores ofendidos con uno de los dioses mayores. ¡Él ni siquiera creía que existieran! Pero había alcanzado ya tal nivel de surrealismo que había optado por dejarse llevar por la locura. Ya tendría tiempo de hacer negación.

«O de echarle la culpa al alcohol que todavía no has bebido» se dijo, respondiendo a la sonrisa de Hombre del Tiempo sin pensarlo, siguiéndole hasta la furgoneta que había abandonado aún en marcha.

Ya sabía yo que me caías bien —comentó una vez en camino a las tierras de X.

Tras un par de vueltas al pueblo, Hombre del Tiempo había desistido de invitarles —porque quería incluir a Y en la oferta, y X pensó que era para evitar una situación como la del Señor del Rayo— en cualquiera de los bares disponibles.

No me has hecho ni una sola pregunta sobre qué soy. O quién, para el caso es lo mismo... Ah, ahí mismo —se interrumpió entonces, señalándole con la mano una pequeña senda que se adentraba en terrenos de cultivo de vid.

¿Aquí? —se extrañó X.

Tú sígueme la corriente —le pidió el otro, guiñándole un ojo—. Te aseguro que jamás probarás un elixir tan bueno como el que vamos a recoger ahora.

Ni siquiera sé quién es el dueño de estas hectáreas... —masculló X, deteniéndose de todas formas.

Hombre del Tiempo se bajó silbando una melodía que a X le resultó conocida de alguna parte, pero se le escapaba de dónde. Le vio caminar decidido un par de metros y agacharse a recoger algo. Alzó el bulto en su dirección, triunfal, antes de arrancar un papel de la tapa y dejarlo caer, molesto, para volver sobre sus pasos.

Este tío puede ser un cretino de cuidado —le dijo mientras se subía y cerraba de un portazo, intuyendo la fuerza extra necesaria sin necesidad de indicárselo, y acomodaba la vasija entre sus piernas—, pero crea los licores más... divinos.

Y se rió de su propio chiste.

Te conozco —respondió a su anterior comentario X, con tono serio, tras encender el motor—. Eres el Hombre del Tiempo. Aunque tu predicción fuera incorrecta.

Una vez el furgón se perdió de vista en el horizonte, un soplo de aire se arremolinó alrededor de la nota, girando cada vez con más fuerza, hasta desintegrarla. El ruido del viento sonó similar a una carcajada.

Será mejor que no la fastidies. Todos apuestan a que su hermano te pasará con el tractor por encima antes de que pase una semana. He apostado por ti, así que mejor será que no me hagas perder. Además, La Jefa se está planteando dejarte volver, pero arruina las cosas ahora y te desterrará para siempre a un cuerpo humano. Sin poderes. Aunque quizá ahora eso ya no te importe... ¿no?

Bonito apodo, por cierto. Es la comidilla aquí arriba, pero no te preocupes, se pasará en un milenio o dos... O quizá no.



FIN—

viernes, 19 de febrero de 2016

Book-Tag: Los siete enanos

Este es un book-tag, un juego donde hay que seleccionar una serie de libros en base a ciertas consignas, y explicar resumido el porqué de esa elección. En este caso, voy a responder al book-tag de los siete enanitos de Blancanieves.

1- GRUÑÓN (un libro que me enfadó):

EL PROCESO, de Kafka. Durante toda la novela estás empujándote para seguir leyendo y no revolear el libro, esperando que al final se entiendan muchas cosas —especialmente, por qué lo persiguen y juzgan—, pero... No, básicamente fue una completa pérdida de tiempo para mí. No se sabe nada en absoluto durante todo el libro, ni siquiera al final.

Está bien, es cierto que no es un libro editado en circunstancias normales, sino una obra inconclusa y publicada de manera póstuma. No puedo juzgar a Kafka por ello, sólo decir que la versión que leí me dejó una sensación de rabia inmensa por el tiempo que le había dedicado... para semejante decepción.

2- MUDITO (un libro que me dejó sin palabras):

YO ANTES DE TI, de Jojo Moyes. Me dejó sin palabras, y los que lo hayan leído sabrán por qué. Aunque trata un tema dramático, durante toda la novela se mantiene el tono sarcástico, a veces cínico, optimista... Es un canto a la vida que va desarrollando todo un abanico emocional, creciendo y diversificándose hasta llegar al final, donde toda esa carga emotiva se desborda. Después de terminar, me llevó un par de días superarlo.

3- TÍMIDO (un libro que me diera vergüenza leer, o que la gente supiera que estaba leyendo):

En esta pregunta, la mayoría de la gente que respondió el tag dijo CINCUENTA SOMBRAS DE GRAY, de L. J. Smith. Y podría ser, pero creo que yendo atrás en el tiempo, volviendo a la secundaria —momento máxime de la vergüenza de todo ser humano, podríamos decir—, hubo otro tipo de libros que preferí mantener «para mí».

Y no me refiero a otros que los libros infantiles. Sí, lo sé, ¿qué tan malo puede ser? Bueno, el caso es que todos, compañeros, profesores, directivos, tenían mi imagen de alumna modelo, lectora de clásicos de la literatura... No sé, en aquel momento parecía que si descubrían que paralelamente leía historias tan infantiles... Les daría a unos más motivos para hacerme la vida imposible, y decepcionaría a los otros. Una tontería, claro, pero que en aquel momento se sentía real.

4- SABIO (un libro con el que haya aprendido):

Esta pregunta es difícil. Creo que —a menos que el libro haya sido muuuuy malo, ya sea mal escrito o mal documentado— siempre se puede sacar algo de la lectura. Pero si tuviera que decir un libro, creo que elegiría NACIDA DE LA VERGÜENZA, de Nora Roberts. O todos los libros de Nora Roberts, en realidad.

Es una autora que se documenta tanto y lo incluye tan bien en la narración que no se hace notar. Aprendes todo lo que hay que saber sobre esculturas de vidrio en uno, sobre el adiestramiento de perros de rescate en otro, o sobre el trabajo a contrarreloj de los bomberos paracaidistas... Narra las cosas de forma que te creas que realmente no ha hecho otra cosa en su vida que aquello que te está describiendo.

5- ALEGRE (un libro divertido):

Ay... Esta pregunta también es difícil. Son tantos los libros que podría poner, que elegir solo uno es... Va, pongo el último que leí de ese tipo: EL CHICO DE LA VENTANA DEL BAÑO, de Lady Reynolds. Podéis leer la reseña que hice del libro en este enlace, así que no me extenderé más con él.

6- MOCOSO (un libro con el que haya llorado a mares):

MARTES CON MI VIEJO PROFESOR, de Mitch Albom. Es una historia para llorar, ya desde el principio se sabe. En ese sentido no hay lugar a engaños: por un lado, porque es una novela biográfica —cero adornos multicolor y milagros de última hora para salvar al protagonista— y por otro, porque la historia empieza al saber el profesor que está enfermo de ELA.

Aunque al principio podría parecer un dramón lacrimógeno de principio a fin, de esos que te dejan hecho polvo y con tendencias depresivas, lo cierto es que es una novela maravillosa. Muy fuerte emocionalmente, sí, pero el profesor va aceptando cada nueva pérdida, cada nueva limitación, con tanta dignidad y entereza... No es en absoluto lo que alguien espera encontrar después de saber cuál es el tema de la novela. Recomendado con máxima puntuación.

7- DORMILÓN (un libro soporífero):

Uf... Para este apartado tengo un trío de autores que soy incapaz de leer sin bostezar: Marco Polo, Benito Pérez Galdós y J. R. R. Tolkien.

EL LIBRO DE LAS MARAVILLAS, sobre los viajes de Marco Polo, empecé a leerlo a los quince años y nunca pude terminarlo. Quizá lo intenté demasiado joven, siendo una narración antigua... No creí que fuera a tener problemas, habiendo leído LA ILÍADA y LA ODISEA de Homero ese mismo año. No sé, quizá debería darle una nueva oportunidad ahora que ha pasado tanto tiempo.

A Benito Pérez Galdós lo leí en el secundario, por obligación. Se notaba demasiado que había intentado estirar al máximo posible la narración para que la novela por entregas le diera más beneficio. Además de parecerme horrible el final de MARIANELA, me resultó in-fu-ma-ble.

Y quizá el más polémico de los tres, J. R. R. Tolkien. No puedo soportar que sea taaaaaan imposiblemente descriptivo y la historia no avance ni retroceda. ¿Qué necesidad hay de que me describas cada brizna de hierba, cada tonalidad del verde musgo que cubre las piedras que se encuentran en el camino? Aunque él quizá sea el único que escribió las historias con esa intencionalidad, precisamente: Dormir al auditorio. Dicen —llega un momento en que no se puede saber a ciencia cierta qué es realidad y qué leyenda urbana— que Tolkien escribió la saga de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS como historias para contarle a sus hijos a la hora de dormir. Visto desde ese enfoque, debo darle un 100/100 porque a mí me dejó fuera de combate cada vez que hice el esfuerzo por darle otra oportunidad.



Bueno, esos son mis siete libros y autores. ¿Y vosotros? ¿Qué libros o autores pondríais?