En
primer lugar, quiero disculparme por haber traído la entrada del día
lunes pasado con retraso. Sé que no queda demasiado bien empezar un
proyecto como el blog y retrasarme en las entregas a la segunda
semana, pero tengo excusa —por esta vez, palabra...—, y es que
descubrí el reto creado por Eleazar, donde hay que elegir
cada mes una de las tres opciones pautadas —una imagen, una frase y
una canción— y escribir un relato partiendo de esa idea.
Me
entusiasmé tanto desarrollando la mini-historia que se me fue de la cabeza el día
de publicación. De todas formas, ahora sí, me pongo al día.
La
consigna que elegí de las opciones del mes de enero es: «Tu
personaje es alcanzado por un rayo, ¿qué le ocurre a partir de
ahora?»
EL
HOMBRE DEL TIEMPO
Al
ver formarse de la nada la tormenta, X —obviamente no es ese su
nombre, pero me da la impresión de que quiere permanecer en el
anonimato, y quién soy yo para forzar su exposición— había
tragado saliva, mirando los nubarrones como todo el mundo. Nada raro,
hasta hacía dos minutos el cielo había permanecido despejado y con
pájaros cantando y danzando en el aire sus cortejos.
Alguien
masculló algo sobre el cambio climático, y sobre que el capitalismo
era el culpable. Otro le dio la razón, y un tercero se mostró
escéptico en cuanto a que los cambios no hubiesen pasado de todas
maneras en caso de no depender del hacer o no dinero. La discusión
seguía, pero X no les prestó más atención: La gente del pueblo
siempre estaba con los mismos temas de conversación. Y nunca
parecían llegar a ninguna parte.
En
cambio, X siguió descargando los cajones de achicorias de su
camioneta, con cuidado de no dañar la mercancía, claro, pero con un
ojo en las nubes y la tormenta que se estaba gestando. Truenos y
relámpagos, cada vez más cercanos, advertían de la inminencia del
diluvio.
«Será
mejor que te apures» se apremió, duplicando la velocidad de
descarga.
La
lona que cubría la caja de su furgón se había desgarrado semanas
atrás, y aunque le había hecho un apaño con ayuda de su hermano,
eh... Vamos a llamarlo Y, sabía juzgar —como todos los
trabajadores del campo, por la cuenta que les traía— la fuerza del
temporal antes de que descargue, y el arreglo no aguantaría más que
cinco minutos. Pasado ese tiempo, la capota cedería y le arruinaría
el encargo. Tal como estaban las cosas, no podía permitirse perder
una cosecha entera.
—Por
favor, todavía no —suspiró, más por desesperación que por creer
realmente en que algo o alguien pudiese modificar a voluntad el
clima.
—No
lloverá —oyó de pronto la voz de un hombre algo mayor que él.
Demasiado
ocupado con las cajas por descargar, X no se dio la vuelta para
responder:
—Descargará.
¿No ha visto la forma de las nubes? ¿Y el color? Es inevitable. El
mundo se vendrá abajo en menos de lo que tarde yo en descargar,
maldito sea.
Casi
pudo percibir la sonrisa en sus siguientes palabras:
—Yo
digo que no. ¿Quieres apostar algo? —se burló, pero X no llegó a
responder.
—¿Qué
cree que está haciendo? —le espetó, negándose a tutearle,
ofendido al verle aferrar con seguridad un cajón del camión.
—Yo
sé que no lloverá, no por el momento. Pero a ti parece preocuparte
mucho la entrega. Así que te echaré una mano. Vamos, ¿a qué
esperas? —agregó al verle pasmado.
Todavía
sin tenerlas todas consigo, X observó con ojo crítico cómo trataba
la mercancía. Tuvo que reconocer que lo hacía con más cuidado que
Y, y eso ya era un decir.
—Está
bien, Hombre del Tiempo, vaciemos el camión —aceptó finalmente,
aunque no sin una última advertencia—. Pero como golpees una sola
de las hojas, me encargaré de hacer compota sin manzanas.
El
otro se rió.
—Ya,
no sé dónde habré oído eso antes.
No
terminaba de gustarle, pero no podía negar que trabajaba con
eficiencia y cuidado. En media hora habían terminado. Mucho más
rápido de lo que esperaba, incluso trabajando en equipo.
—Bien,
ya estamos. Que vaya bien —le saludó el hombre, dándose la vuelta
con una sonrisa.
—¡Hey!
¿Dónde vas tan pronto? —le llamó X, tuteándole sin darse
cuenta—. No ha caído, deja que te invite a un café, al menos. ¡He
perdido la apuesta! —agregó a voz en grito, viendo que el otro no
se detenía.
Hombre
del Tiempo se rió entre dientes, y alzó la mano par despedirse aún
de espaldas.
Meneando
la cabeza, X entró en la tienda a buscar a Z. Ya sería problema de
ella conseguir que sus peones entrasen la mercadería en buen estado.
«Hoy
cenaremos de lujo» pensó, silbando, al salir de la tienda y
cruzando la calle para encargar la pizza favorita de Y.
Sintiendo
gotas golpear contra su desgastada gorra, sonrió al pensar en lo que
le diría si volviesen a encontrarse. Era prácticamente imposible,
lo sabía, porque él venía al pueblo sólo para las entregas, y el
tipo tenía toda la pinta de estar de paso. Era un espécimen de
ciudad, desde el pelo perfectamente arreglado, la ropa —él no
tenía idea de marcas, pero sí sabía que eran tejidos demasiado
delicados como para ir de visita al campo. Caro.
Los
ademanes, por otra parte, eran demasiado delicados para alguien de
vida desenfrenada —como suponía que tenía todo el mundo en las
grandes ciudades—. Quizá por eso era que no pudo olvidarle tan
pronto como desapareció de su vista.
Y
quizá fuese por eso mismo que al acercarse al puente de la salida de
pueblo le distinguió perfectamente al otro lado. Apenas había
alzado la mano para golpear el volante y hacerlo berrear cuando del
espanto clavó el pie en el pedal del freno.
—¡Dioses!
¡Le ha matado! —gritó, desesperado, buscando a tientas la maneta
de la puerta para salir corriendo a socorrerle.
Era
imposible que hubiera sobrevivido al golpe de un rayo tan potente. ¿Y
por qué no había caído en el pararrayos del campanario de la
iglesia del pueblo? ¿Acaso había que repararlo?
Ya
se encargaría de enviar a Y para que hablase con el alcalde. A él,
el trato con la gente no hacía más que incomodarle. Toleraba bien
la presencia de su hermano, cierto, pero porque ya estaba
acostumbrado a sus bromas sobre lo «bicho raro» que podía llegar a
ser, pero era la excepción. Su madre solía decir que tenía mano
para las plantas, los animales, los bebés... En definitiva, para los
seres con los cuales la conversación no fuese necesaria para
comunicarse. Por eso no salía de sus tierras a menos que fuese
estrictamente necesario.
«Y
sin embargo no te molestó bromear con él» le susurró su mente,
pero X la ignoró, demasiado asustado.
Al
llegar junto a Hombre del Tiempo, no pudo sorprenderse más. ¡El
cadáver se movía!
Y
no sólo se movía. Se había sentado, el muy burro, y estaba
sacudiendo los brazos, como si quisiera desprenderse de los restos
del calambre recibido.
—¡Para!
¡¿Estás loco?! —le gritó, todavía sin entender nada—. ¡Hay
que llevarte al hospital de la comarca! ¡Podrías tener daños
internos!
Pero
el tío de ciudad no le estaba escuchando. Se palmeó un par de veces
las piernas como queriendo asegurarse de que las sintiera, antes de
aferrarse a sus brazos y usarle de palanca para ponerse en pie. Tardó
unos minutos en asegurar el equilibrio y soltarle, y X se compadeció
del pobre tipo. El rayo le había dejado desorientado, evidentemente,
porque estaba contrariado, con el ceño fruncido.
—¡Malditos
sean! ¡Él y todos sus malditos rayos!
—Calma,
amigo... Vamos al hospital a que te hagan un par de estudios. No te
preocupes, todo estará bien. Te ha dado un rayo, pero todo irá
bien. No estás muerto, que ya es mucho más de lo que podría
esperar cualquiera...
—Ya
está, no hace falta ningún hospital —refunfuñó el hombre, y por
un momento, hasta pareció que de verdad estaba bien. Hasta que
volvió a abrir la boca—. ¡Ya es la maldita tercera vez en lo que
va de mes!
—¿La
tercera vez? —repitió incrédulo X, y Hombre del Tiempo le
devolvió la mirada por un momento como si pensase que era sordo, o
estúpido.
—Sí.
La maldita tercera vez. ¿Te lo puedes creer?
—¿Acaso
eres uno de esos que llaman «pararrayos naturales»? ¿Un campo
electromagnético andante?
—Ni
siquiera es culpa mía, ¿sabes? Yo no tenía ni idea de quién era
ella o qué pretendía...
—¿De
qué estás hablando?
—Hazme
caso: Cuando se te acerque una loca en un bar, por lo que más
quieras, ¡huye! Nunca sabrás hasta que sea demasiado tarde si es la
maldita amante del dios del rayo.
«Como
un cencerro...» se lamentó X para sí, viendo al loco echar la
cabeza atrás abriendo los brazos y gritar a pleno pulmón:
—¡YA
DIJE QUE LO SENTÍA! ¡NO FUE CULPA MÍA QUE ELLA SE PUSIERA EN
RIDÍCULO NI QUE MIS AMIGOS SE RIERAN! ¡¿HASTA CUÁNDO VAS A SEGUIR
FRIÉNDOME A DESCARGAS?! ¡SABES QUE NO PUEDES MATARME! ¡NO TIENES
RAZÓN QUE LO JUSTIFIQUE!
X
iba a abrir la boca para pedirle que se calmara y le acompañase al
hospital voluntariamente, cuando la siguiente andanada de relámpagos
y truenos le hicieron preguntarse si el loco no sería él.
NO
TENÍAS DERECHO.
—Ella
era lo suficientemente mayor como para saber lo que hacía. Y yo
tenía el derecho a negarme a seguir viéndola. Me he disculpado por
el posible malentendido: Ella se lanzó como una jugadora consumada y
luego quería que siguiéramos una relación seria y comprometida. No
se pueden cambiar las normas a antojo, a menos que las partes
implicadas estén de acuerdo. Y yo no lo estaba. Si te soy sincero,
desearía no haberle seguido la corriente nunca. Sólo me trajo
problemas. ¡Toda tuya! Llevas seis meses friéndome a la mínima
oportunidad, ¿cuánto más necesitas para quedar satisfecho? Has
conseguido que me echen de casa, ¿no es suficiente pasar un día
tras otro rodeado de humanos?
Un
nuevo rayo cayó, esa vez a los pies de Hombre del Tiempo, que
permaneció firme y sin inmutarse.
«Al
contrario que yo» pensó X, que había soltado un involuntario
chillido y dado un salto hacia atrás. Claro que, viendo el boquete
provocado por el rayo y comparándolo con el primero, el poder
empleado había sido mucho menor.
—Bien.
Me alegro de que nos hayamos entendido —dijo entonces Hombre del
Tiempo, bajando los brazos y girándose a mirar a X, como si nada
hubiese pasado—. Oye, ¿estás bien?
¿Que
si estaba bien? ¿Acababa de preguntarle si estaba bien?
—Has
perdido la apuesta —dijo, en cambio, con un tono de voz tan calmo
que se sorprendió a sí mismo.
Hombre
del Tiempo rió a carcajadas, con esa risa profunda que nace vibrante
del estómago, y le dio una palmada en el hombro.
—¿Sabes
qué? Tienes razón —respondió, aún sonriendo—. Vamos, te
invito a tomar algo.
—¿Estás
seguro? —le preguntó X, sin saber de dónde salió la pregunta—.
La última vez no acabó muy bien, ¿no?
Cuando
el hombre enarcó una ceja, X señaló el cielo, ya prácticamente
despejado. Hombre del Tiempo suspiró, miró a lo lejos y luego de
nuevo a X, entrecerrando los ojos.
—No
tendrás familiares ni amantes peligrosos, ¿verdad?
X
sintió su piel arder con bochorno ante la insinuación. ¿Qué...?
«Ni
te lo plantees» se recordó.
—Mi
hermano es terrible conduciendo tractores... —susurró X, bromeando
como si fuera lo más normal encontrarse a uno de los quichicientos dioses menores en carne y hueso, siendo testigo de una pelea de celos
y honores ofendidos con uno de los dioses mayores. ¡Él ni siquiera
creía que existieran! Pero había alcanzado ya tal nivel de
surrealismo que había optado por dejarse llevar por la locura. Ya
tendría tiempo de hacer negación.
«O
de echarle la culpa al alcohol que todavía no has bebido» se
dijo, respondiendo a la sonrisa de Hombre del Tiempo sin pensarlo,
siguiéndole hasta la furgoneta que había abandonado aún en marcha.
—Ya
sabía yo que me caías bien —comentó una vez en camino a las
tierras de X.
Tras
un par de vueltas al pueblo, Hombre del Tiempo había desistido de
invitarles —porque quería incluir a Y en la oferta, y X pensó que
era para evitar una situación como la del Señor del Rayo— en
cualquiera de los bares disponibles.
—No
me has hecho ni una sola pregunta sobre qué soy. O quién, para el
caso es lo mismo... Ah, ahí mismo —se interrumpió entonces,
señalándole con la mano una pequeña senda que se adentraba en
terrenos de cultivo de vid.
—¿Aquí?
—se extrañó X.
—Tú
sígueme la corriente —le pidió el otro, guiñándole un ojo—.
Te aseguro que jamás probarás un elixir tan bueno como el que vamos
a recoger ahora.
—Ni
siquiera sé quién es el dueño de estas hectáreas... —masculló
X, deteniéndose de todas formas.
Hombre
del Tiempo se bajó silbando una melodía que a X le resultó
conocida de alguna parte, pero se le escapaba de dónde. Le vio
caminar decidido un par de metros y agacharse a recoger algo. Alzó
el bulto en su dirección, triunfal, antes de arrancar un papel de la
tapa y dejarlo caer, molesto, para volver sobre sus pasos.
—Este
tío puede ser un cretino de cuidado —le dijo mientras se subía y
cerraba de un portazo, intuyendo la fuerza extra necesaria sin
necesidad de indicárselo, y acomodaba la vasija entre sus piernas—,
pero crea los licores más... divinos.
Y
se rió de su propio chiste.
—Te
conozco —respondió a su anterior comentario X, con tono serio,
tras encender el motor—. Eres el Hombre del Tiempo. Aunque tu
predicción fuera incorrecta.
Una
vez el furgón se perdió de vista en el horizonte, un soplo de aire
se arremolinó alrededor de la nota, girando cada vez con más
fuerza, hasta desintegrarla. El ruido del viento sonó similar a una
carcajada.
Será
mejor que no la fastidies. Todos apuestan a que su hermano te pasará
con el tractor por encima antes de que pase una semana. He apostado
por ti, así que mejor será que no me hagas perder. Además, La Jefa
se está planteando dejarte volver, pero arruina las cosas ahora y te
desterrará para siempre a un cuerpo humano. Sin poderes. Aunque
quizá ahora eso ya no te importe... ¿no?
Bonito
apodo, por cierto. Es la comidilla aquí arriba, pero no te
preocupes, se pasará en un milenio o dos... O quizá no.
—FIN—