viernes, 12 de febrero de 2016

El material más raro que usé para escribir

Pareciera que para poder escribir la novela perfecta hiciese falta tener el material perfecto, en el espacio perfecto y con el tiempo perfecto. Y no digo que no sea lo máximo poder escribir con una pluma carísima, en un escritorio de madera antiguo, sin las interrupciones de familiares, niños pequeños demandantes de atención, trabajos paralelos por ese detalle de tener que pagar las facturas cuando eres un escritor que con lo que ganas no tienes ni para un café— y todo el tiempo del mundo para dedicarnos a nuestros retoños literarios.

Sí, eso es lo idílico, pero hay un problema:

NO ES REAL

Por eso, para tratar de mantener nuestras aspiraciones de subsistir en el mundo literario, debemos bajar nuestras exigencias y dejar de escudarnos en las excusas de siempre —no tengo tiempo, no tengo dónde, no tengo con qué.

Se escribe donde se puede, como se puede y cuando se puede. Y no hay más. La escritura es un arte, una pasión... sí. Pero también es un trabajo, y hay que tomárselo como tal, con seriedad y siendo responsables. Eso lo tuve que aprender por la fuerza después de pasar por un parón de escritura de medio año —coincidiendo con los primeros seis meses de trabajo rebotando por el mundo, viajando de un país a otro cada dos o tres días—. No pasaba por mi casa en al menos un mes, a veces dos. Nunca encontraba el momento perfecto para sentarme y escribir en mi tablet, básicamente porque estaba demasiado cansada física y mentalmente cuando por fin podía sentarme sola, con una taza de té bien caliente, un cojín y una manta suave.

Así como había tenido que adaptarme cambiando mi modo de vida sedentario por uno nómada —cambiando de uso horario cada dos días se agiliza el proceso de adaptación— debía bajar mis expectativas en cuanto a las condiciones para escribir. Tomaría notas en cualquier situación y, por ende, en el material que me quedase a mano en ese momento.

Mis «ideales» de escribir con plumas de lujo en cuadernos de cuero con papel de súper-híper-mega-calidad... chocaron contra la realidad del escritor pobretón y, además, trotamundos. Al hecho de no tener tiempo por estar siempre trabajando y sin los fondos para costear mis caprichos de papelería se sumó la tercera piedra en el camino: Las ideas llegan casi siempre en el peor momento.

Una vez asumido eso, solo quedaba analizar qué posibilidades había en cada situación, para no morir en el intento.

Por falta de espacio y exceso de peso, el portátil de mis tiempos universitarios se quedaría esperando en casa para las pocas ocasiones en que pudiese escribir cómoda en el escritorio —o la cama, que en invierno invita más.

Photo credit: sfllaw via Foter.com / CC BY-SA

Durante los viajes, en el avión, en las habitaciones de hotel o donde fuese, me llevaría la tablet —o en su defecto, el móvil—. Un poco raro al principio, acostumbrada como estaba yo a los teclados físicos y tirando a duros, pero una vez cruzada la frontera mental... Tampoco están tan mal.

Y si además le sumamos un teclado bluetooth... Perfecto.

Photo credit: JanneM via Foter.com / CC BY-NC-SA

Aunque si bien los formatos digitales están muy bien y son muy prácticos, no siempre podemos depender de los electrónicos. Desde quedarse sin batería o los posibles fallos del sistema hasta motivos que tienen poco o nada que ver con los propios aparatos —y mucho con lo imposible de prever de vida. Para esas ocasiones, qué mejor que libretas económicas pero bonitas.


En ésta tengo la planificación del blog. Cada entrada, un pequeño
esquema de lo que trataré en cada post, las notas para las reseñas...

O también, por qué no, cuadernos incluso más baratos —y más feos, sí—. Con un poco de inventiva para la decoración... Ya, perfectos para escribir en cualquier parte.


¿Y por qué no reciclar viejos impresos y fotocopias que ya están para tirar? La memoria de prácticas finales de carrera —un ladrillo de quinientas hojas a una cara— que, una vez terminada la universidad, no me servía para nada más... me sirvió para escribir aproximadamente un tercio de la novela Ma'kh.


Siguiendo con los reciclados... Los puñados de hojas que sobran cada año de los cuadernos —propios o de los hijos, depende del momento de cada uno—. En mi casa no se tira casi nada, todo se transforma, y los cuadernos no iban a ser menos. Cortar, doblar, coser y encolar... Et voilà, cuadernos que entran en cualquier bolsillo e ideales para tener en la mesita de noche, para esas ideas de madrugada.


Ah... Sí... Muchas veces te agarran las musas sin papel ni el móvil a mano. De verdad, parece que estén esperando a que no puedas tomar notas para susurrarte al oído las mejores ideas. Es por eso que no me molesta meter las manos en los bolsillos y encontrar los recibos del supermercado estratégicamente olvidados.


En mis inicios narrativos, allá por el 2007, aburrida con las soporíferas clases de algunos de mis profesores de universidad —muchos se limitaban a proyectar el documento de word y leerlo, len-to y mo-nó-to-no— la única manera de no dormirme era escribir en los márgenes de las hojas, mientras esperaba a que terminase de leer y cambiase de página para poder seguir resumiendo.


Y... el que sin duda es el más raro de los raros: Una bolsa para mareos del avión. Sí, como lo lees. Abiertas, tienen el tamaño más o menos de una hoja A4, y durante un vuelo BCN-GVE me sacaron de un bloqueo bastante largo. ¿Qué os decía? Las musas esperan a que estés atado al asiento por turbulencias y no tengas más medios que unas pocas bolsas de papel plastificado.



En conclusión, no hay más impedimentos que los que nos auto-imponemos nosotros mismos. Cualquier material es útil, solo hay que saber descubrir su potencial. ¿Y vosotros? ¿Qué materiales usáis?

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