viernes, 26 de febrero de 2016

BINGALOTÁCORA: ¿Cuándo se me ocurren las historias?

Una forma infalible de que se te ocurran ideas para escribir es estar encallado escribiendo otra cosa. No falla. En serio, ¡no os riáis!

Siempre que paso por una fase de bloqueo, o poca inspiración, mientras estoy trabajando en algún proyecto —y cuanto más largo sea, más probabilidades—... me saltan a la cabeza ideas, personajes, diálogos o incluso apenas un escenario y la insinuación de lo que ha pasado allí.

En esos casos, y porque sé lo insistente que pueden llegar a ser si se sienten ignoradas las musas, anoto todo lo que se me ocurra en ese momento en un cuaderno aparte. Trato de vaciar la cabeza de todas esas ideas, y dejarlas por escrito para cuando termine lo que estoy haciendo. Muchas veces, las distracciones siguen ahí, no digo que no, pero con la práctica —y bastante tozudez— se consigue terminar la novela de turno antes de centrarse en la nueva idea.

En ocasiones —y no pocas— pasa que la inspiración de aquel momento haya pasado y, cuando te pones a revisar los anotadores... La historia no te dice nada. ¡Que no panda el cúnico! Es un desaire ofendido, pero pasajero. Si la historia de verdad tiene que salir, saldrá. Hay que darle tiempo.

Y si no, bueno, no todas las ideas acaban desarrolladas —así como hay que tener claro que no todas las ideas que se nos ocurren son lo suficientemente buenas como para dedicarles todo ese tiempo y trabajo que demandan—. Si después de darle unas cuántas vueltas, buscándole ángulos y posibilidades, la cosa no parece funcionar... Probablemente lo mejor sea dejarla de lado, ya sea por un tiempo o definitivamente.

Otro momento que suelen elegir las musas para aparecer es cualquiera siempre y cuando no pueda tomar notas. Ya sea porque tenga las manos enjabonadas de lavar los platos, o no tenga papel para apuntar.

O con las manos en la masa, literalmente...
Photo credit: Kyle Strickland via Foter.com / CC BY-NC

O también, justo antes de dormir —o al despertar—, cuando sí tengo papel para tomar notas pero no tiempo. A veces, incluso, durmiendo. Los sueños son una fuente inagotable de ideas, siempre y cuando seamos capaces de filtrar las que valen de las que no. ¡Y podamos leerlo! Sí, sí, todo son risas hasta que te pasa. Una idea genial anotada a toda prisa por la noche... y que después a la mañana no tengas las pautas para descodificar esa maraña de garabatos sin sentido.

¡Y cómo podría olvidarme de la razón por la que empecé a escribir hace ya tantos años! El ahora llamado bloqueo lector. Puede pasar, después de leer muchas —muchísimas— novelas, que por un tiempo indeterminado seas incapaz de encontrar una lectura que te enganche. Falta de ganas, desinterés, empacho temático... Sea cual sea la razón del bloqueo, a veces puede ser fuente de inspiración.

En mi caso, me harté de leer miles de libros y no encontrar el que yo quería leer. Pero tampoco quería pasar más meses en sequía. Por eso, y como pasatiempo, me puse a escribir esa historia que yo querría leer. A día de hoy, ese proyecto sigue inacabado y abandonado, pero para mí significó abrir la caja de Pandora.


Relacionado con el disgusto por la lectura también están aquellos libros que ya sea por la trama floja, los personajes planos o incoherentes, un mal final, poco desarrollo... por el motivo que sea, acabé odiándolos. No siempre, pero algunas veces esa reacción, ese pensar yo lo hubiese hecho de esta otra manera, ¿pero cómo dejó pasar ese hilo narrativo, que daba para mucho más? o no, no fue eso lo que pasó... Me lleva al mismo punto que en el ejemplo anterior: Escribir, como ejercicio, la historia como me hubiese gustado a mí leerla. O bien, partir de una idea que no me haya gustado, y modificarla y desarrollarla hasta tener una historia completamente opuesta.

Como decía Marcos Mundstock —Les Luthiers— en la introducción de Las Majas del Bergantín:

«La zarzuela “Las Majas del Bergantín” narra la historia de los marinos de un navío de la corona española que transporta a un grupo de prisioneras para ser juzgadas en Cádiz, describe la relación de los marinos con las forajidas mientras el bergantín es asediado por el barco del pirata Raúl, a cuya banda pertenecen las prisioneras. Esta zarzuela está basada en la novela “Lejanías”, de Jorge Esteban Pérez Ríos, y la adaptación no fue fácil ya que la novela original trata de un leñador que vivía con su loro en los bosques de Bulgaria. No fue fácil. El único personaje que ha permanecido es el loro

Las ocurrencias de los más chicos, también, son fuente de inspiración. Tienen una forma muy particular de ver el mundo con esa lógica propia, a veces inalcanzable para el ojo adulto... Cuando no son más explícitos al demandar un cuento nuevo.

No, yo quiero el cuento del pulpo —porque le acaban de regalar uno de peluche, por ejemplo. Pues nada, a maquinar rápido una historia, y así es como salen algunos cuentos para conservar.

Mirar a nuestro alrededor, leer noticias, oír conversaciones en el tren... Todo vale. La inspiración está ahí, esperando a que la descubramos. Y si no hay manera, porque se acabaron las ideas anotadas en el libro de las ideas, las musas no cooperan, y ya no sabemos de dónde tirar inspiración... Siempre podemos recurrir a los generadores automáticos, como por ejemplo Future is Fiction o a los retos literarios de diferentes blogs, como por ejemplo Plot a Twist!, en el que estoy participando, o el reto 52 retos de escritura, del blog El Libro de Escritor. Una frase, una idea, que nos inspire para escribir.

Hay muchas formas de pescar ideas, casi tantas como autores. ¿Cuál es la que mejor funciona para vosotros? Comentad sin miedo, que no muerdo.

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