domingo, 21 de febrero de 2016

RETO PLOT A TWIST! 1: El Hombre del Tiempo

En primer lugar, quiero disculparme por haber traído la entrada del día lunes pasado con retraso. Sé que no queda demasiado bien empezar un proyecto como el blog y retrasarme en las entregas a la segunda semana, pero tengo excusa —por esta vez, palabra...—, y es que descubrí el reto creado por Eleazar, donde hay que elegir cada mes una de las tres opciones pautadas —una imagen, una frase y una canción— y escribir un relato partiendo de esa idea.

Me entusiasmé tanto desarrollando la mini-historia que se me fue de la cabeza el día de publicación. De todas formas, ahora sí, me pongo al día.

La consigna que elegí de las opciones del mes de enero es: «Tu personaje es alcanzado por un rayo, ¿qué le ocurre a partir de ahora?»




EL HOMBRE DEL TIEMPO

Al ver formarse de la nada la tormenta, X —obviamente no es ese su nombre, pero me da la impresión de que quiere permanecer en el anonimato, y quién soy yo para forzar su exposición— había tragado saliva, mirando los nubarrones como todo el mundo. Nada raro, hasta hacía dos minutos el cielo había permanecido despejado y con pájaros cantando y danzando en el aire sus cortejos.

Alguien masculló algo sobre el cambio climático, y sobre que el capitalismo era el culpable. Otro le dio la razón, y un tercero se mostró escéptico en cuanto a que los cambios no hubiesen pasado de todas maneras en caso de no depender del hacer o no dinero. La discusión seguía, pero X no les prestó más atención: La gente del pueblo siempre estaba con los mismos temas de conversación. Y nunca parecían llegar a ninguna parte.

En cambio, X siguió descargando los cajones de achicorias de su camioneta, con cuidado de no dañar la mercancía, claro, pero con un ojo en las nubes y la tormenta que se estaba gestando. Truenos y relámpagos, cada vez más cercanos, advertían de la inminencia del diluvio.

«Será mejor que te apures» se apremió, duplicando la velocidad de descarga.

La lona que cubría la caja de su furgón se había desgarrado semanas atrás, y aunque le había hecho un apaño con ayuda de su hermano, eh... Vamos a llamarlo Y, sabía juzgar —como todos los trabajadores del campo, por la cuenta que les traía— la fuerza del temporal antes de que descargue, y el arreglo no aguantaría más que cinco minutos. Pasado ese tiempo, la capota cedería y le arruinaría el encargo. Tal como estaban las cosas, no podía permitirse perder una cosecha entera.

Por favor, todavía no —suspiró, más por desesperación que por creer realmente en que algo o alguien pudiese modificar a voluntad el clima.

No lloverá —oyó de pronto la voz de un hombre algo mayor que él.

Demasiado ocupado con las cajas por descargar, X no se dio la vuelta para responder:

Descargará. ¿No ha visto la forma de las nubes? ¿Y el color? Es inevitable. El mundo se vendrá abajo en menos de lo que tarde yo en descargar, maldito sea.

Casi pudo percibir la sonrisa en sus siguientes palabras:

Yo digo que no. ¿Quieres apostar algo? —se burló, pero X no llegó a responder.

¿Qué cree que está haciendo? —le espetó, negándose a tutearle, ofendido al verle aferrar con seguridad un cajón del camión.

Yo sé que no lloverá, no por el momento. Pero a ti parece preocuparte mucho la entrega. Así que te echaré una mano. Vamos, ¿a qué esperas? —agregó al verle pasmado.

Todavía sin tenerlas todas consigo, X observó con ojo crítico cómo trataba la mercancía. Tuvo que reconocer que lo hacía con más cuidado que Y, y eso ya era un decir.

Está bien, Hombre del Tiempo, vaciemos el camión —aceptó finalmente, aunque no sin una última advertencia—. Pero como golpees una sola de las hojas, me encargaré de hacer compota sin manzanas.

El otro se rió.

Ya, no sé dónde habré oído eso antes.

No terminaba de gustarle, pero no podía negar que trabajaba con eficiencia y cuidado. En media hora habían terminado. Mucho más rápido de lo que esperaba, incluso trabajando en equipo.

Bien, ya estamos. Que vaya bien —le saludó el hombre, dándose la vuelta con una sonrisa.

¡Hey! ¿Dónde vas tan pronto? —le llamó X, tuteándole sin darse cuenta—. No ha caído, deja que te invite a un café, al menos. ¡He perdido la apuesta! —agregó a voz en grito, viendo que el otro no se detenía.

Hombre del Tiempo se rió entre dientes, y alzó la mano par despedirse aún de espaldas.

Meneando la cabeza, X entró en la tienda a buscar a Z. Ya sería problema de ella conseguir que sus peones entrasen la mercadería en buen estado.

«Hoy cenaremos de lujo» pensó, silbando, al salir de la tienda y cruzando la calle para encargar la pizza favorita de Y.

Sintiendo gotas golpear contra su desgastada gorra, sonrió al pensar en lo que le diría si volviesen a encontrarse. Era prácticamente imposible, lo sabía, porque él venía al pueblo sólo para las entregas, y el tipo tenía toda la pinta de estar de paso. Era un espécimen de ciudad, desde el pelo perfectamente arreglado, la ropa —él no tenía idea de marcas, pero sí sabía que eran tejidos demasiado delicados como para ir de visita al campo. Caro.

Los ademanes, por otra parte, eran demasiado delicados para alguien de vida desenfrenada —como suponía que tenía todo el mundo en las grandes ciudades—. Quizá por eso era que no pudo olvidarle tan pronto como desapareció de su vista.

Y quizá fuese por eso mismo que al acercarse al puente de la salida de pueblo le distinguió perfectamente al otro lado. Apenas había alzado la mano para golpear el volante y hacerlo berrear cuando del espanto clavó el pie en el pedal del freno.

¡Dioses! ¡Le ha matado! —gritó, desesperado, buscando a tientas la maneta de la puerta para salir corriendo a socorrerle.

Era imposible que hubiera sobrevivido al golpe de un rayo tan potente. ¿Y por qué no había caído en el pararrayos del campanario de la iglesia del pueblo? ¿Acaso había que repararlo?

Ya se encargaría de enviar a Y para que hablase con el alcalde. A él, el trato con la gente no hacía más que incomodarle. Toleraba bien la presencia de su hermano, cierto, pero porque ya estaba acostumbrado a sus bromas sobre lo «bicho raro» que podía llegar a ser, pero era la excepción. Su madre solía decir que tenía mano para las plantas, los animales, los bebés... En definitiva, para los seres con los cuales la conversación no fuese necesaria para comunicarse. Por eso no salía de sus tierras a menos que fuese estrictamente necesario.

«Y sin embargo no te molestó bromear con él» le susurró su mente, pero X la ignoró, demasiado asustado.

Al llegar junto a Hombre del Tiempo, no pudo sorprenderse más. ¡El cadáver se movía!

Y no sólo se movía. Se había sentado, el muy burro, y estaba sacudiendo los brazos, como si quisiera desprenderse de los restos del calambre recibido.

¡Para! ¡¿Estás loco?! —le gritó, todavía sin entender nada—. ¡Hay que llevarte al hospital de la comarca! ¡Podrías tener daños internos!

Pero el tío de ciudad no le estaba escuchando. Se palmeó un par de veces las piernas como queriendo asegurarse de que las sintiera, antes de aferrarse a sus brazos y usarle de palanca para ponerse en pie. Tardó unos minutos en asegurar el equilibrio y soltarle, y X se compadeció del pobre tipo. El rayo le había dejado desorientado, evidentemente, porque estaba contrariado, con el ceño fruncido.

¡Malditos sean! ¡Él y todos sus malditos rayos!

Calma, amigo... Vamos al hospital a que te hagan un par de estudios. No te preocupes, todo estará bien. Te ha dado un rayo, pero todo irá bien. No estás muerto, que ya es mucho más de lo que podría esperar cualquiera...

Ya está, no hace falta ningún hospital —refunfuñó el hombre, y por un momento, hasta pareció que de verdad estaba bien. Hasta que volvió a abrir la boca—. ¡Ya es la maldita tercera vez en lo que va de mes!

¿La tercera vez? —repitió incrédulo X, y Hombre del Tiempo le devolvió la mirada por un momento como si pensase que era sordo, o estúpido.

Sí. La maldita tercera vez. ¿Te lo puedes creer?

¿Acaso eres uno de esos que llaman «pararrayos naturales»? ¿Un campo electromagnético andante?

Ni siquiera es culpa mía, ¿sabes? Yo no tenía ni idea de quién era ella o qué pretendía...

¿De qué estás hablando?

Hazme caso: Cuando se te acerque una loca en un bar, por lo que más quieras, ¡huye! Nunca sabrás hasta que sea demasiado tarde si es la maldita amante del dios del rayo.

«Como un cencerro...» se lamentó X para sí, viendo al loco echar la cabeza atrás abriendo los brazos y gritar a pleno pulmón:

¡YA DIJE QUE LO SENTÍA! ¡NO FUE CULPA MÍA QUE ELLA SE PUSIERA EN RIDÍCULO NI QUE MIS AMIGOS SE RIERAN! ¡¿HASTA CUÁNDO VAS A SEGUIR FRIÉNDOME A DESCARGAS?! ¡SABES QUE NO PUEDES MATARME! ¡NO TIENES RAZÓN QUE LO JUSTIFIQUE!

X iba a abrir la boca para pedirle que se calmara y le acompañase al hospital voluntariamente, cuando la siguiente andanada de relámpagos y truenos le hicieron preguntarse si el loco no sería él.

NO TENÍAS DERECHO.

Ella era lo suficientemente mayor como para saber lo que hacía. Y yo tenía el derecho a negarme a seguir viéndola. Me he disculpado por el posible malentendido: Ella se lanzó como una jugadora consumada y luego quería que siguiéramos una relación seria y comprometida. No se pueden cambiar las normas a antojo, a menos que las partes implicadas estén de acuerdo. Y yo no lo estaba. Si te soy sincero, desearía no haberle seguido la corriente nunca. Sólo me trajo problemas. ¡Toda tuya! Llevas seis meses friéndome a la mínima oportunidad, ¿cuánto más necesitas para quedar satisfecho? Has conseguido que me echen de casa, ¿no es suficiente pasar un día tras otro rodeado de humanos?

Un nuevo rayo cayó, esa vez a los pies de Hombre del Tiempo, que permaneció firme y sin inmutarse.

«Al contrario que yo» pensó X, que había soltado un involuntario chillido y dado un salto hacia atrás. Claro que, viendo el boquete provocado por el rayo y comparándolo con el primero, el poder empleado había sido mucho menor.

Bien. Me alegro de que nos hayamos entendido —dijo entonces Hombre del Tiempo, bajando los brazos y girándose a mirar a X, como si nada hubiese pasado—. Oye, ¿estás bien?

¿Que si estaba bien? ¿Acababa de preguntarle si estaba bien?

Has perdido la apuesta —dijo, en cambio, con un tono de voz tan calmo que se sorprendió a sí mismo.

Hombre del Tiempo rió a carcajadas, con esa risa profunda que nace vibrante del estómago, y le dio una palmada en el hombro.

¿Sabes qué? Tienes razón —respondió, aún sonriendo—. Vamos, te invito a tomar algo.

¿Estás seguro? —le preguntó X, sin saber de dónde salió la pregunta—. La última vez no acabó muy bien, ¿no?

Cuando el hombre enarcó una ceja, X señaló el cielo, ya prácticamente despejado. Hombre del Tiempo suspiró, miró a lo lejos y luego de nuevo a X, entrecerrando los ojos.

No tendrás familiares ni amantes peligrosos, ¿verdad?

X sintió su piel arder con bochorno ante la insinuación. ¿Qué...?

«Ni te lo plantees» se recordó.

Mi hermano es terrible conduciendo tractores... —susurró X, bromeando como si fuera lo más normal encontrarse a uno de los quichicientos dioses menores en carne y hueso, siendo testigo de una pelea de celos y honores ofendidos con uno de los dioses mayores. ¡Él ni siquiera creía que existieran! Pero había alcanzado ya tal nivel de surrealismo que había optado por dejarse llevar por la locura. Ya tendría tiempo de hacer negación.

«O de echarle la culpa al alcohol que todavía no has bebido» se dijo, respondiendo a la sonrisa de Hombre del Tiempo sin pensarlo, siguiéndole hasta la furgoneta que había abandonado aún en marcha.

Ya sabía yo que me caías bien —comentó una vez en camino a las tierras de X.

Tras un par de vueltas al pueblo, Hombre del Tiempo había desistido de invitarles —porque quería incluir a Y en la oferta, y X pensó que era para evitar una situación como la del Señor del Rayo— en cualquiera de los bares disponibles.

No me has hecho ni una sola pregunta sobre qué soy. O quién, para el caso es lo mismo... Ah, ahí mismo —se interrumpió entonces, señalándole con la mano una pequeña senda que se adentraba en terrenos de cultivo de vid.

¿Aquí? —se extrañó X.

Tú sígueme la corriente —le pidió el otro, guiñándole un ojo—. Te aseguro que jamás probarás un elixir tan bueno como el que vamos a recoger ahora.

Ni siquiera sé quién es el dueño de estas hectáreas... —masculló X, deteniéndose de todas formas.

Hombre del Tiempo se bajó silbando una melodía que a X le resultó conocida de alguna parte, pero se le escapaba de dónde. Le vio caminar decidido un par de metros y agacharse a recoger algo. Alzó el bulto en su dirección, triunfal, antes de arrancar un papel de la tapa y dejarlo caer, molesto, para volver sobre sus pasos.

Este tío puede ser un cretino de cuidado —le dijo mientras se subía y cerraba de un portazo, intuyendo la fuerza extra necesaria sin necesidad de indicárselo, y acomodaba la vasija entre sus piernas—, pero crea los licores más... divinos.

Y se rió de su propio chiste.

Te conozco —respondió a su anterior comentario X, con tono serio, tras encender el motor—. Eres el Hombre del Tiempo. Aunque tu predicción fuera incorrecta.

Una vez el furgón se perdió de vista en el horizonte, un soplo de aire se arremolinó alrededor de la nota, girando cada vez con más fuerza, hasta desintegrarla. El ruido del viento sonó similar a una carcajada.

Será mejor que no la fastidies. Todos apuestan a que su hermano te pasará con el tractor por encima antes de que pase una semana. He apostado por ti, así que mejor será que no me hagas perder. Además, La Jefa se está planteando dejarte volver, pero arruina las cosas ahora y te desterrará para siempre a un cuerpo humano. Sin poderes. Aunque quizá ahora eso ya no te importe... ¿no?

Bonito apodo, por cierto. Es la comidilla aquí arriba, pero no te preocupes, se pasará en un milenio o dos... O quizá no.



FIN—

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