lunes, 22 de febrero de 2016

Reto Plot a Twist! 2: Viajeros

Segundo relato del reto Plot a Twist!, del blog Eleazar Writes. Para el mes de febrero, me quedé con la frase consigna: «Te despiertas gritando en medio de la noche.»


VIAJEROS

¡AAAAAAAHHHHHHHH!

¡IVANA, PARA! —oí gritar a Sioban, sacudiéndome por los hombros—. Sólo es una pesadilla.

Todavía le costó un par de minutos conseguir que dejase de gritar. Yo no era consciente de nada... No, no era eso... Yo era consciente, pero no era capaz de controlar mi propio cuerpo.

Las piernas, Ivana, desbloquea las piernas. Céntrate en una.

«No puedo» quise gritarle. Pero claro, no podía. Seguía estando atrapada fuera de mi cuerpo.

¿Los dedos? ¿Un pulgar? —insistió, cada vez con menos esperanza.

Sioban suspiró, frustrada, y me volvió a dejar la cabeza con cuidado sobre la almohada.

Ni siquiera estás ahí dentro, ¿eh? —me preguntó entonces, mirando fijamente mis ojos vacíos.

Maldije mentalmente a todo el mundo. ¿Por qué tenía que tener el gen alterado? Ese que daba propensión a los viajes astrales involuntarios. Era culpa de ese maldito gen que los del laboratorio del gobierno nos hubiesen contactado.

Por el bien del país. Por el sentimiento patriótico. Por la guerra en la que está inmerso el mundo...

«¡Por el dinero y el poder de los...!»

Era lo único que les interesaba, en realidad. Poder acceder a la mayor cantidad posible de «viajeros», como ellos nos habían apodado, para poder experimentar con nosotros, explotándonos. Lo que buscaban era poder entrenarnos para usarnos como espías de reconocimiento. ¿Qué mejor que fantasmas, seres etéreos, invisibles, para adentrarse en filas enemigas y descubrir sus planes?

Pero lo que no nos dijeron al firmar el consentimiento para entrar en el programa era que no esperaban tener éxito antes de haber matado a aproximadamente la mitad de los especímenes. Viajes demasiado largos para la fuerza de unión vital... que acababan con los cuerpos vacíos y seres perdidos en el camino. Por resumir, lo llamaban «muerte cerebral».

Muchos otros habían sufrido un destino peor que la muerte: Conseguir volver al cuerpo, pero quedar desconectados de la capacidad motriz. Estaban, veían, oían, sentían... Su cerebro trabajaba como si nunca hubiesen salido de su cuerpo. Solo que eran incapaces de mover nada por sí mismos. Estaban atados a una jaula corporal, dependiendo de un respirador artificial, comida por sonda, catéter... No podía imaginar un destino peor que ese.

«Ni siquiera el mío.»

Por mucho que me doliese ver la desesperación de Sioban, su culpa por haberme convencido de entrar en el programa, por mucho que me hubiesen arruinado la vida... Al menos yo tenía una posibilidad de comunicación... y una esperanza.

Sabía que vendrías... —oí de pronto.

Cierto. Había pensado en él y, con efecto instantáneo, me había inmaterializado —porque yo realmente no tenía materia ni nada que «materializar». Por no tener, en este estado no teníamos ni imagen. Eso era taaan físico— en el centro del laboratorio. Se trataba de una lección básica y, desde que era incapaz de entrar en mi cuerpo, la única forma que tenía de desplazarme.

«¿Cómo vas, Gus?» le pregunté, agradecida por las ondas mentales que me envió nada más sentirme en la habitación.

Carecía de cuerpo y, por tanto, de la forma de percibir la realidad con los sentidos como intermediarios. Gus acababa de enviarme las ondas cerebrales idénticas a las enviadas por el cuerpo al ser abrazado por un ser querido. Supuse que mis ojos, allí en casa de Sioban, estarían llorando, emocionados.

He recibido una llamada de tu hermana —me respondió, y yo percibí el tono de «me encogería de hombros si estuviese en mi cuerpo»—. ¿Estás peor últimamente? ¿Sientes alguna variación?

«Me siento muy... atrapada. Inservible. Sin vida. Y eso me deprime.»

Habitualmente no gritas. Y no creas que no sé distinguir tus tonos —me regañó él, con un arqueo de ceja metafórico.

«Lo siento» pensé.

Es la primera vez que usas las cuerdas vocales desde que quedaste bloqueada. Es un avance, cariño —me hizo notar.

Eso me encantaba de él. Veía lo positivo en todo. Y lo mejor era que yo sabía que si había alguien capaz de hacernos volver a nuestros cuerpos —porque había miles en mi situación repartidos por el mundo—, era él.

¿Cuál fue el disparador? ¿En qué pensabas? ¿Qué sentías? ¿Fue soñando? ¿Estabas inconsciente? Es un punto que tenemos que profundizar, una pista muy importante. ¡Imagina cuando descubramos cómo hacerlo consciente! ¡Poder comunicarte sin necesidad de venir a mí como intérprete! ¡Quizá incluso volver a tu cuerpo!

Me contagió su entusiasmo con facilidad. Quizá demasiada. En los últimos cinco años, se había convertido en todo mi mundo, y no porque fuera el único ser con el que tenía la oportunidad de relacionarme. Él... me entendía. Me conocía mejor que yo misma y aun así me quería.

Pues claro que te quiero, boba —respondió a mi pensamiento involuntario, y sentí el equivalente a una caricia en las mejillas—. Tú me haces ser mejor. Mejor persona, mejor investigador, mejor marido...

«¿De verdad?» me sorprendí.

Temía que su mujer me odiase, o que me sintiera como una interferencia y le hiciera dejarme en manos de otro intérprete.

Ya te lo dije, cariño: Ella está encantada con nuestra relación.

Sí, claro. ¿Y qué más?

Dice que eres la hermana que nunca tuve, y que me das ese aporte femenino que de otra manera no tendría. Un toque de psicóloga y dos de sensatez. Cuando me conoció hace cuatro años, ya sabía que tú venías incluida en la ecuación, así como mi manía de quitarme los zapatos al entrar en casa o mi nula memoria para recordar las fechas importantes. —Hizo una pausa, pensativo, y luego me preguntó—. ¿Es eso en lo que estabas pensando al gritar?

Como dije, me conoce mejor que nadie.

«Estaba dormida. Pero sí, temo el día en que te pierda. Cuando tengas suficiente de esto, cuando te quemes o llegues a un callejón sin salida en la investigación. Cuando Luy te haga escoger entre ella y yo. Cuando no seas capaz de «viajar» más. O que te pase lo que a mí y me odies por ello... Temo que te pierdas durante un viaje.»

O peor. Que vuelvas y no puedas moverte.

Eso no lo dije, pero ambos fuimos conscientes de las palabras flotando en el silencio.

No seas boba. Sabes que entré en el programa porque mi curiosidad innata no me permite hacer nada más que llegar al fondo de las cosas. Tengo un pie en cada lado de la investigación, y ya lo tenía antes de conocerte.

«¿Mensaje de Luy?» le pregunté entonces, al oír el pitido de una máquina.

No, es de tu hermana: «Tom, Ivana lleva llorando un buen rato y...» —Se interrumpió, esperando a que llegase el siguiente mensaje—. «Y acaba de fruncir la nariz. No sé si puede ser algo...». ¿Te das cuenta de lo que significa? ¡Por supuesto que te das cuenta! —se respondió sin darme tiempo a decir nada—. Estamos cerca de algo, lo sé.

«Sí, estupendo. Podré decirle a Sioban que me pica la nariz» gruñí con suficiente sarcasmo.

Aunque no consiguieras más movilidad, podrías aprender código morse. Y te perdono que estés siendo sarcástica porque sé que te asusta tener esperanzas vacías. Pero te lo prometo, cielo, no te voy a perder. Voy a traerte a ti, y a todos los demás, de regreso.

Era cierto, no quería dejarme llevar y luego tener que soportar la desilusión. Otra vez. Muchos de los que nos habíamos quedado «atrapados fuera» no habían podido soportarlo y se habían suicidado. Bastaba con alejarse lo suficiente del recipiente corporal, debilitar al máximo la conexión y entonces desaparecer. Muerte cerebral autoinducida.

Sabía que él se culpaba por cada uno de ellos, por no haberles podido ayudar a tiempo. Por haber sido parte del programa que los había llevado hasta ese extremo.

«No seré una de ellos, Gus. Sabes que te quiero demasiado como para planteármelo siquiera. Jamás te haría daño de ese modo» le confesé.

¿Me lo prometes?

«Si quieres que me escupa la mano para un juramento de saliva, tendrás que esperar sentado. De momento, sólo muevo la nariz» bromeé.

Se había puesto demasiado «oscuro». Y él era el que siempre me mantenía a mí lejos de la oscuridad. Aceptando mi broma, Gus me envió la impresión de un abrazo, de esos que llegan al alma y van extendiendo su calidez de dentro hacia fuera.

Una alarma empezó a sonar en la habitación contigua, y Luy entró al laboratorio con los brazos cargados de papeles. Seguramente, las gráficas en que las decenas de máquinas a las que se enchufaba él antes de viajar traducían todas y cada una de las señales que emitía durante los «viajes». Para mí eran dibujos y líneas incomprensibles, pero ellos dos sabían sacar en claro detalles de utilidad.

Tom, ya es la hora. Tienes que volver a conectar —gritó, y empezó a cerrar la puerta, pero se detuvo, abriéndola otra vez para añadir—. Saluda a Ivy de mi parte.

Puedo oírte...

«¿Crees que ella lo sabe?» le pregunté en cuanto se fueron.

No creo que sea consciente de lo que pasa, todavía no. Ninguna de las dos.

Su pensamiento tembló con pavor, y comprendí que él tampoco lo sabía hasta ese momento. Le envié un apretón de hombro.

«Tienes que volver, Gus. Yo me quedaré con ella hasta que vuelva.»

No dejes que se separe de...

«No lo hará. Todos habremos hecho nuestros paseos antes de nacer, seguro —le recordé—. Además, no tengo prisa por volver a casa de Sioban. Puede ser desesperante a veces. Y la mitad del tiempo no está en casa.»

No le había convencido, pero ambos sabíamos que retrasar más su regreso al plano físico podía ser peligroso. Y con un soplo de gratitud hacia mí... regresó.

Poco tiempo después oí el llanto emocionado de Luy, y a Gus riéndose y llorando a la vez. Era un momento demasiado íntimo y, como la pequeña había vuelto ya a su cuerpo, regresé a casa de mi hermana. Tenía todo el tiempo del mundo, y si había podido gritar...

~~~

¡No puede usar eso aquí! —me espeta la enfermera, y sé que mi mujer está frunciendo el ceño, atenta a lo que yo vaya a decir, sin apartar la vista del pequeño milagro que no para de mamar con hambre.

Tengo que responder. Si me está llamando es que ha pasado algo. Sioban sabe que estamos aquí... —explico al tiempo que abro la puerta para salir disparado de la habitación.

Últimamente, sus visitas se habían ido espaciando. Muy poco a poco al principio, y algo más evidente con el paso de los meses. Ella siempre dice que está bien, y que no quiere quitarme más tiempo del necesario ahora que Luy y la pequeña me necesitan.

Y si bien lo agradecí en su momento, no puedo quitarme de encima esa inquietud, esa sensación de que la perderé, que un día se alejará de más y desaparecerá, convencida, seguramente, de que ahora que tengo a mi hija ya no tiene que preocuparse por mí.

Durante todo el embarazo estuve esperando esta llamada. Una de tal urgencia que no pudiera esperar. Con dedos temblorosos y el corazón golpeando desbocado en mi pecho presiono el botón de responder la llamada, esperando oír el llanto de Sioban al decirme que su hermana ha muerto. Durante un par de segundos no se oye nada del otro lado de la línea.

¿Qué ha pasado? —pregunto aterrado.

«Por favor, no. Por favor, espérame...» ruego en silencio a quien sea que pudiese detenerla.

Y cuando creo que no habrá respuesta, oigo esa voz:

G... u... s...


~FIN~

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