Segundo relato del reto Plot a Twist!, del blog
Eleazar Writes. Para el mes de febrero, me quedé con la frase
consigna: «Te despiertas gritando en medio de la noche.»
VIAJEROS
—¡AAAAAAAHHHHHHHH!
—¡IVANA, PARA! —oí gritar a Sioban,
sacudiéndome por los hombros—. Sólo es una pesadilla.
Todavía le costó un par de minutos conseguir que
dejase de gritar. Yo no era consciente de nada... No, no era eso... Yo sí era consciente, pero no
era capaz de controlar mi propio cuerpo.
—Las
piernas, Ivana, desbloquea las piernas. Céntrate en una.
«No puedo»
quise gritarle. Pero claro, no podía. Seguía estando atrapada fuera de mi cuerpo.
—¿Los
dedos? ¿Un pulgar? —insistió, cada vez con menos esperanza.
Sioban
suspiró, frustrada, y me volvió a dejar la cabeza con cuidado sobre
la almohada.
—Ni siquiera
estás ahí dentro, ¿eh? —me preguntó entonces, mirando fijamente
mis ojos vacíos.
Maldije
mentalmente a todo el mundo. ¿Por qué tenía que tener el gen
alterado? Ese que daba propensión a los viajes astrales
involuntarios. Era culpa de ese maldito gen que los del laboratorio
del gobierno nos hubiesen contactado.
Por el bien
del país. Por el sentimiento patriótico. Por la guerra en la que
está inmerso el mundo...
«¡Por el
dinero y el poder de los...!»
Era lo único
que les interesaba, en realidad. Poder acceder a la mayor cantidad
posible de «viajeros», como ellos nos habían apodado, para poder
experimentar con nosotros, explotándonos. Lo que
buscaban era poder entrenarnos para usarnos como espías de
reconocimiento. ¿Qué mejor que fantasmas, seres etéreos,
invisibles, para adentrarse en filas enemigas y descubrir sus planes?
Pero lo que no
nos dijeron al firmar el consentimiento para entrar en el programa era que no esperaban tener éxito antes de
haber matado a aproximadamente la mitad de los especímenes. Viajes
demasiado largos para la fuerza de unión vital... que acababan con
los cuerpos vacíos y seres perdidos en el camino. Por resumir, lo
llamaban «muerte cerebral».
Muchos otros
habían sufrido un destino peor que la muerte: Conseguir volver al cuerpo, pero
quedar desconectados de la capacidad motriz. Estaban, veían, oían,
sentían... Su cerebro trabajaba como si nunca hubiesen salido de su
cuerpo. Solo que eran incapaces de mover nada por sí mismos. Estaban
atados a una jaula corporal, dependiendo de un respirador artificial,
comida por sonda, catéter... No podía imaginar un destino peor que
ese.
«Ni siquiera
el mío.»
Por mucho que
me doliese ver la desesperación de Sioban, su culpa por haberme
convencido de entrar en el programa, por mucho que me hubiesen
arruinado la vida... Al menos yo tenía una posibilidad de
comunicación... y una esperanza.
Sabía que
vendrías... —oí de pronto.
Cierto. Había
pensado en él y, con efecto instantáneo, me había inmaterializado
—porque yo realmente no tenía materia ni nada que «materializar».
Por no tener, en este estado no teníamos ni imagen. Eso era taaan
físico— en el centro del laboratorio. Se trataba de una lección
básica y, desde que era incapaz de entrar en mi cuerpo, la única
forma que tenía de desplazarme.
«¿Cómo vas,
Gus?» le pregunté, agradecida por las ondas mentales que me envió
nada más sentirme en la habitación.
Carecía de
cuerpo y, por tanto, de la forma de percibir la realidad con los
sentidos como intermediarios. Gus acababa de enviarme las ondas
cerebrales idénticas a las enviadas por el cuerpo al ser abrazado
por un ser querido. Supuse que mis ojos, allí en casa de Sioban,
estarían llorando, emocionados.
He recibido
una llamada de tu hermana —me respondió, y yo percibí el tono de «me encogería de hombros si estuviese en mi cuerpo»—. ¿Estás peor
últimamente? ¿Sientes alguna variación?
«Me siento
muy... atrapada. Inservible. Sin vida. Y eso me deprime.»
Habitualmente
no gritas. Y no creas que no sé distinguir tus tonos —me regañó
él, con un arqueo de ceja metafórico.
«Lo siento»
pensé.
Es la primera
vez que usas las cuerdas vocales desde que quedaste bloqueada. Es un
avance, cariño —me hizo notar.
Eso me
encantaba de él. Veía lo positivo en todo. Y lo mejor era que yo
sabía que si había alguien capaz de hacernos volver a nuestros
cuerpos —porque había miles en mi situación repartidos por el
mundo—, era él.
¿Cuál fue
el disparador? ¿En qué pensabas? ¿Qué sentías? ¿Fue soñando?
¿Estabas inconsciente? Es un punto que tenemos que profundizar, una
pista muy importante. ¡Imagina cuando descubramos cómo hacerlo
consciente! ¡Poder comunicarte sin necesidad de venir a mí como
intérprete! ¡Quizá incluso volver a tu cuerpo!
Me contagió
su entusiasmo con facilidad. Quizá demasiada. En los últimos cinco
años, se había convertido en todo mi mundo, y no porque fuera el
único ser con el que tenía la oportunidad de relacionarme. Él... me
entendía. Me conocía mejor que yo misma y aun así me quería.
Pues claro
que te quiero, boba —respondió a mi pensamiento involuntario, y
sentí el equivalente a una caricia en las mejillas—. Tú me haces
ser mejor. Mejor persona, mejor investigador, mejor marido...
«¿De
verdad?» me sorprendí.
Temía que su
mujer me odiase, o que me sintiera como una interferencia y le
hiciera dejarme en manos de otro intérprete.
Ya te lo
dije, cariño: Ella está encantada con nuestra relación.
Sí, claro. ¿Y qué más?
Dice que
eres la hermana que nunca tuve, y que me das ese aporte femenino que
de otra manera no tendría. Un toque de psicóloga y dos de sensatez.
Cuando me conoció hace cuatro años, ya sabía que tú venías
incluida en la ecuación, así como mi manía de quitarme los zapatos
al entrar en casa o mi nula memoria para recordar las fechas
importantes. —Hizo una pausa, pensativo, y luego me preguntó—.
¿Es eso en lo que estabas pensando al gritar?
Como dije, me
conoce mejor que nadie.
«Estaba
dormida. Pero sí, temo el día en que te pierda. Cuando tengas
suficiente de esto, cuando te quemes o llegues a un callejón sin
salida en la investigación. Cuando Luy te haga escoger entre ella y
yo. Cuando no seas capaz de «viajar» más. O que te pase lo que a mí
y me odies por ello... Temo que te pierdas durante un viaje.»
O peor. Que
vuelvas y no puedas moverte.
Eso no lo
dije, pero ambos fuimos conscientes de las palabras flotando en el
silencio.
No seas boba.
Sabes que entré en el programa porque mi curiosidad innata no me
permite hacer nada más que llegar al fondo de las cosas. Tengo un
pie en cada lado de la investigación, y ya lo tenía antes de
conocerte.
«¿Mensaje de
Luy?» le pregunté entonces, al oír el pitido de una máquina.
No, es de tu hermana: «Tom, Ivana lleva llorando un buen rato y...» —Se interrumpió,
esperando a que llegase el siguiente mensaje—. «Y acaba de
fruncir la nariz. No sé si puede ser algo...». ¿Te das cuenta de lo que significa? ¡Por supuesto
que te das cuenta! —se respondió sin darme tiempo a decir nada—.
Estamos cerca de algo, lo sé.
«Sí,
estupendo. Podré decirle a Sioban que me pica la nariz» gruñí con
suficiente sarcasmo.
Aunque no
consiguieras más movilidad, podrías aprender código morse. Y te perdono que estés
siendo sarcástica porque sé que te asusta tener esperanzas vacías. Pero te lo
prometo, cielo, no te voy a perder. Voy a traerte a ti, y a todos los
demás, de regreso.
Era cierto, no
quería dejarme llevar y luego tener que soportar la desilusión. Otra vez. Muchos de los que nos habíamos quedado «atrapados fuera»
no habían podido soportarlo y se habían suicidado. Bastaba con
alejarse lo suficiente del recipiente corporal, debilitar al máximo
la conexión y entonces desaparecer. Muerte cerebral autoinducida.
Sabía que él
se culpaba por cada uno de ellos, por no haberles podido ayudar a
tiempo. Por haber sido parte del programa que los había llevado
hasta ese extremo.
«No seré una
de ellos, Gus. Sabes que te quiero demasiado como para planteármelo
siquiera. Jamás te haría daño de ese modo» le confesé.
¿Me lo
prometes?
«Si quieres
que me escupa la mano para un juramento de saliva, tendrás que
esperar sentado. De momento, sólo muevo la nariz» bromeé.
Se había
puesto demasiado «oscuro». Y él era el que siempre me mantenía a
mí lejos de la oscuridad. Aceptando mi broma, Gus me envió la
impresión de un abrazo, de esos que llegan al alma y van extendiendo su
calidez de dentro hacia fuera.
Una alarma
empezó a sonar en la habitación contigua, y Luy entró al
laboratorio con los brazos cargados de papeles. Seguramente, las
gráficas en que las decenas de máquinas a las que se enchufaba él
antes de viajar traducían todas y cada una de las señales que
emitía durante los «viajes». Para mí eran dibujos y líneas
incomprensibles, pero ellos dos sabían sacar en claro detalles de
utilidad.
—Tom, ya es
la hora. Tienes que volver a conectar —gritó, y empezó a cerrar
la puerta, pero se detuvo, abriéndola otra vez para añadir—.
Saluda a Ivy de mi parte.
Puedo oírte...
«¿Crees que
ella lo sabe?» le pregunté en cuanto se fueron.
No creo que
sea consciente de lo que pasa, todavía no. Ninguna de las dos.
Su pensamiento
tembló con pavor, y comprendí que él tampoco lo sabía hasta ese
momento. Le envié un apretón de hombro.
«Tienes que
volver, Gus. Yo me quedaré con ella hasta que vuelva.»
No dejes que
se separe de...
«No lo hará.
Todos habremos hecho nuestros paseos antes de nacer, seguro —le recordé—.
Además, no tengo prisa por volver a casa de Sioban. Puede ser
desesperante a veces. Y la mitad del tiempo no está en casa.»
No le había
convencido, pero ambos sabíamos que retrasar más su regreso al plano físico podía
ser peligroso. Y con un soplo de gratitud hacia mí... regresó.
Poco tiempo
después oí el llanto emocionado de Luy, y a Gus riéndose y
llorando a la vez. Era un momento demasiado íntimo y, como la
pequeña había vuelto ya a su cuerpo, regresé a casa de mi hermana.
Tenía todo el tiempo del mundo, y si había podido gritar...
~~~
—¡No puede
usar eso aquí! —me espeta la enfermera, y sé que mi mujer está
frunciendo el ceño, atenta a lo que yo vaya a decir, sin apartar la
vista del pequeño milagro que no para de mamar con hambre.
—Tengo que
responder. Si me está llamando es que ha pasado algo. Sioban sabe
que estamos aquí... —explico al tiempo que abro la puerta para
salir disparado de la habitación.
Últimamente,
sus visitas se habían ido espaciando. Muy poco a poco al principio, y algo más evidente con el paso de los meses. Ella siempre dice que está bien, y que no quiere quitarme más tiempo del necesario ahora que
Luy y la pequeña me necesitan.
Y si bien lo
agradecí en su momento, no puedo quitarme de encima esa inquietud, esa sensación
de que la perderé, que un día se alejará de más y desaparecerá,
convencida, seguramente, de que ahora que tengo a mi hija ya no
tiene que preocuparse por mí.
Durante todo
el embarazo estuve esperando esta llamada. Una de tal urgencia que no
pudiera esperar. Con dedos temblorosos y el corazón golpeando desbocado en mi pecho presiono el botón de responder la llamada, esperando oír el llanto
de Sioban al decirme que su hermana ha muerto. Durante un par de segundos no se oye nada del otro lado de la línea.
—¿Qué ha
pasado? —pregunto aterrado.
«Por favor,
no. Por favor, espérame...» ruego en silencio a quien sea que
pudiese detenerla.
Y cuando creo que no habrá respuesta, oigo esa voz:
—G... u...
s...
~FIN~
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