lunes, 29 de febrero de 2016

Lo escrito: Retirado

Ya antes de acostarse a dormir sabía que sería una mala noche.

Vale, de acuerdo. No lo sabía con seguridad, pero... Había oído al perro del vecino llorar, y siempre significaba que no le dejaría dormir hasta bien entrada la noche.

Pero no fue eso lo que hizo de aquella madrugada un infierno, sino los golpes en la puerta.

«¡¿Quién diantre llama cuando duermo?!»

Con un esfuerzo, salió de debajo de las mantas. No se molestó en encender la luz ni calzarse. No pensaba estar fuera tanto tiempo.

Bajó las escaleras equilibrando el peso para no hacer crujir el quinto escalón, y pisó en el lateral, casi tocando la pared, al llegar al segundo.

Respiró hondo. Dos, tres veces. No podía calmar las pulsaciones a voluntad, como antaño...

«Me hago viejo» se lamentó por enésima vez. Ya era como una costumbre, desde que le habían jubilado a los treinta y dos años.

Retirado del servicio activo, lo habían llamado. Le habían pagado una buena indemnización y con una palmadita en el hombro... se habían olvidado convenientemente de él.

Miró por el rabillo del ojo por el primero de una cadena de espejos enfrentados. Otra manía paranoica, según los psiquiatras que habían pasado por su habitación del hospital.

JA —había exclamado, harto de esos inútiles con traje.

Eso lo decían porque ellos no habían visto a su compañero perder la cabeza —literalmente— al asomar un ojo por la mirilla de la puerta del piso franco.

No, podían decir lo que quisieran de sus paranoias en sus informes, que a él le daba lo mismo vivir en medio de una zona de guerra o en el barrio supuestamente más seguro del planeta. No existía tal cosa. Ni yéndote al aislamiento anónimo de una cueva en medio de la nada, sin salir de ese búnker, podías desaparecer.

Inconscientemente, se frotó su cicatriz más reciente, la de la cadera. Esa que atravesaba la quemadura del abdomen —recuerdo de una emboscada, la primera marca que le dejaron— y el navajazo irregular que atravesaba la nalga y parte de la pierna.

Cada marca era el recordatorio de una lección aprendida por las malas. Y la última, fea, gruesa, áspera y todavía tan dolorosa... Le había enseñado que ni siquiera en medio de la naturaleza más salvaje, ni aunque pasen años de calma, puedes estar seguro. Nunca. Tarde o temprano, alguien te encontrará.

Sacudiendo la cabeza, dejó de vagar por el pasado, preocupado por quién le visitaría a las cuatro de la madrugada. Fuera quien fuese, no podía estar de casualidad en su puerta ni a esa hora.

Volvió a mirar por el espejo, con precaución a pesar de saberse fuera de la línea de tiro. No quería confirmar su identidad al intruso antes de tiempo y...

«¡¿Pero qué...?!» exclamó para sí, alejándose del visor como si se hubiese quemado.

Sorteando las diversas trampas que había regado por toda la guarida, llegó hasta la entrada principal y abrió la puerta de un tirón.

¡TÚ!


~FIN~

2 comentarios:

  1. ¡Me encantó! Pero me muero de la intriga ¿Quién es?

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    Respuestas
    1. Eso sólo lo sabe el visitante, jeje.
      ¡No, no! ¡No me pegueees...!

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